Una tenue firmeza forjaba
el legado del amor mientras las horas
giraban sin cesar en el rumor
de la casa, en las pajareras
anidadas en los árboles y las nubes
en huestes silenciosas cubrían
la altura indefinida del cielo,
la planchadora meditaba y sus manos
ganaban la porción de la tela…soñaba.
No le bastaba con planchar la camisa
para que los pliegues desaparecieran.
Volvía su rostro contra los carbones,
y envuelta en anhelantes suspiros
sus manos se deslizaban
sobre la tibia trama de la tela.
Retraído desde algún lugar la miraba
desde la otra orilla del tiempo
y un rubor copaba mis pensamientos.
Sólo la mansedumbre de sus gestos
tocaba a mi corazón con tañidos
de bronce antiguo. Nuestras miradas
descubrieron el escondite del silencio
y fuimos lámparas al atardecer.
Santa Cruz de Mara, 4/9/2013
José Francisco Ortiz