Cuando
se está cerca de la felicidad, significa una claudicación. Cómo puede ser, si
una de las preseas más elevadas en nuestra sociedad hedonista es justamente ser
felices: en ello consiste el subterfugio, lograr un estado paradisíaco, no
importa el precio corporal y mental en su logro, muy parecido a los bienes que
producen las drogas, estados de éxtasis, de embriaguez, es decir, de
anulamiento de la voluntad. La felicidad es,
entonces, una pérdida, una merma de nuestra capacidad de sufrimiento, de amar y
de conquista del ser por el esfuerzo y la inteligencia.
Todos aquellos que conocen de las miserias de la
ostentación y el lujo, también de la pobreza y la esclavitud, están armados de
lujuria y paciencia, para que en estos extremos perviva la felicidad como un
destino.
Si pudiéramos, por un instante, calmar la voracidad
de un corazón extraviado, tendríamos de nuestra parte a la naturaleza que
cambia, en sus cuatro estados, no para destruir sino para evolucionar.
5/5/2012
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