Contranota
SER PRESIDENTE
Mario Briceño Iragorry
Mi paisano, Mario Briceño Iragorry, me
convenció de lo duro que es ser presidente. El 15 de septiembre me encontraba
representando a la Universidad del Zulia, en los actos celebratorios del
centenario del nacimiento del ilustre escritor, en el Panteón Nacional. La cita
estaba prevista hacia las nueve de la mañana, pero mi costumbre de hombre de
provincia – alborear para recoger todas las sensaciones posibles del día – me
llevó dos horas antes al venerable recinto. Debí pues, atravesar la barrera
militar y demás funcionarios que suelen encontrarse en estos eventos. Al subir
las gradas, se me permitió el acceso sin ningún inconveniente.
Me dediqué, entonces, a repasar en la
memoria el formidable espectáculo que por todas partes, ante la mirada
inquieta, me ofrecía aquel ámbito de monumentos y nombres grabados de
nacionalidad. Una palmada sobre mi hombro me despertó del asombro. “Señor
presidente” –concluyó una voz. Se trataba de un joven funcionario de protocolo
que me invitaba a participar de aquella actividad lúdica de repasar el guión
del ceremonial, y en donde debía desempeñar el papel de presidente. Pensé que
se trataba de una broma.
Sin embargo, fui conducido a la entrada
del Panteón, no sin antes darme todas las explicaciones y fórmulas que
constituyen las reglas del juego para ser un buen presidente. No basta con ser
la mujer del César – me dije, recordando la tradición romana – sino que hay que
parecerlo. Pues, ni modo, a ser presidente.
El joven habla con el comandante, y
éste con absoluta parquedad como si tratara de una secuencia advertida en el
tiempo, mirando la formación castrense, dijo: He aquí la imagen del presidente.
Saludos. Apretones de manos. Flanqueado por el general y el funcionario de
ceremonial mis pasos recorrieron las huellas de nuestro pasado. Allí, al lado
de la silla presidencial había tenido un sueño: El presidente, a finales de su
primer mandato, había recibo la carta de un joven que, con orgullo, le escribía
para reconocerle el mérito de haber concluido con ese pasaje trágico de la
guerrilla y haberle devuelto al país el sosiego y la paz necesaria para abrir
una nueva senda. A lo largo de estos años le he visto erguirse y luchar. Tal
vez ahora esté muy solo. O, ciertamente, en esta hora grave lo acompañen
verdaderos amigos. Es difícil, cuando el poder está por concluir, que la gente
sea la misma.
En mi caso – de esa generación que
viene de los sesenta – reconozco que mucho de mi pensamiento está marcado por
sus ideales. Y, sin embargo, sé que su tarea quedaría trunca si no lograra los
cambios fundamentales que exige el sistema educacional venezolano para que la
juventud tenga un destino más cierto, para que las familias sientan restituido
su papel fundamental en la orientación de la sociedad y para que el sentido de
pertenencia del país vuelva a cada mesa donde se sirve el pan de las palabras
nuestras, algunas de de nuestras palabras, según el sagrado decir de Eugenio
Montejo.
Este año, como en tantos otros, traerá
el correo la tarjeta de navidad del señor Presidente. Estarán las firmas:
Alicia Pietri de Caldera – Rafael Caldera. Simplemente como siempre, con las
frases de una pareja que sólo ha vivido por Venezuela.
*La presente crónica fue publicada en el diario Panorama de
nuestra región (1997)
José Francisco Ortiz
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