CUANDO
LLEGUÉ A TU ORILLA
Cuando llegué a tu orilla,
pensé que eras una montaña dormida,
acostada sobre un espacio azulado,
porque era blanda tu forma
y parecía moverse en el horizonte,
miré entonces y en la extensión
el sol hervía sus celajes,
no pude, no podía retener
el instante de mi descubrimiento
de tanta grama concentrada
en el pozo que venía hacia mí
lento y sonoro con el viento salobre.
Veía las blancas velas al amanecer,
como pájaros quietos al borde
de un abismo secreto,
y luego me parecían mujeres
cubiertas en sus misterios sollozantes,
abandonadas sobre promontorios de sal.
Aunque se llamara Ítaca
no tendría el asombro de sus héroes,
crecerían sus columnas de humo
y su
futuro de poleas, bastimentos,
mercados y aceites sobre la piel
de hombres agitados en el puerto
como gaviotas abatidas al atardecer,
y yo me iba a escuchar el dilatado
corazón, corazón de las colmenas,
el cardumen prisionero de las redes
y sus ecos simples, en las manos simples,
de los pescadores, y con mi sueño
regresaba siempre a los fanales,
al mar donde guardaba mis libros.
Santa Cruz de Mara, 9/7/2012
José Francisco Ortiz
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