VENEZUELA Y SU
DESTINO.
La lectura del artículo de Carlos Alberto Montaner, me obliga a realizar
algunas consideraciones que pueden ser oportunas en esta hora difícil de la
patria. Creo que dicho texto destila amargura y refleja poca consideración
hacia el ser humano, son palabras menguadas de una pluma que parecía firme y
que tenía en un principio nuestro respeto y solidaridad, pero creo que hay un abuso excesivo de tinta contra el presidente
venezolano, habida cuenta de que pareciera para estos pensadores de turno que
mis compatriotas no tuvieran la inteligencia para resolver sus propios
problemas. Hay tantas brasas en el fogón que casi nos sofocamos con el humo, y
tanta palabrería que no hay espacio para la reflexión.
No soy chavista y no creo que la oposición tenga
respuestas para llevarnos a buen puerto. He visto cómo ambos lados mienten
descaradamente, y estoy seguro de que nosotros los venezolanos sí sabemos
reconocer las virtudes y defectos de lo humano.
No me sumo al vocerío necrofílico. Que las dudas de
hoy no se conviertan en los dolores del mañana, y que nuestra sabiduría de
salón no acrisole las necedades del porvenir.
No soy chavista y sin embargo Dios dé larga vida al
presidente porque es un hombre con un ideal, nos agrade o nos deprima con sus
discursos, en verdad la palabra en la política tiene sus licencias y sus claves
altisonantes. Y sería pasar por ingenuo si no comprendiéramos esos ciframientos
entre unos por mantener el poder y otros por alcanzarlo. Lo que no sabe, o no
quiere saber el señor Montaner y sus acólitos vuela plumas es que hay una
conexión profunda entre el presidente venezolano y una altísima porción de
venezolanos que fueron segregados, negados y convertidos prácticamente en nadie
en las décadas pasadas, a pesar de que hubo gente ilustre que llamó la atención
sobre tales problemas.
La polarización del país agrava las soluciones.
Ambos bandos sólo escuchan lo que quieren oír, y hay gente que lo sabe, y
escribe y habla, y grita hasta el aturdimiento para exaltar el silencio como
gratificación de la incomunicación.
José Francisco Ortiz Morillo.
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