MUNDO DIGITAL
En nuestros estudios de
primaria ya contábamos con las tablas que usan los escolares de ahora. Era una
maravillosa pizarrita, en blanco y negro o gris porque el mouse era un plomillo
que servía de lápiz o creyón para escribir y dibujar las lecciones que el
servidor nos enviaba (la maestra Chepina) y recibíamos en alta definición, sin
las trampas de la publicidad, de los emoticones y de los spam que pululan en
las redes, amén, por supuesto, del canto de los pájaros, del viento helado que
se colaban por las puertas, y los cuchicheos propios de la edad en un salón de
clases.
¡Cómo aparecían de
pronto, llevadas por nuestra nerviosa mano las historias, los bordes de la
geografía, las matemáticas danzantes y las palabras cancioneras con el sonido
elemental y humano de nuestra maestra!
Bastaba que, atraídos por
nuestra curiosidad, aparecieran en 3D los cerros, el cascabeleo de los potros
en el empedrado de las calles, y la humedad rampante de los árboles cuando se
agitaba la mañana; el olor del pan, de las mieles que rondaban al pueblo desde
los ingenios y los cañaverales.
Y, sin embargo, había
algo mágico en aquella pizarrita, porque aunque entre una y otra lección
debíamos borrar, todo quedaba en la magna red de la naturaleza a nuestra
disposición...
Oh, días sagrados que nos
ensañaron el valor de la vida y por tanta fortuna, haber sido hijos de la
memoria.
Santa Cruz de Mara,
24/6/2012.
José Francisco Ortiz Morillo.
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