POR ARTE DE SOL
El día que conocí a Vicente Gerbasi
Una mañana de 1972, conocí al poeta Vicente Gerbasi.
Debió de ser domingo porque había un sol radiante, nada extraño en Maracaibo, y
la gente andaba díscola por las calles; arrebatadas de su silencio anegando las
avenidas y las calles con sus voces y las presentía lejanas como si se tratara
de un país a donde concurren para asistir a una feria de donde nunca quisieran
marcharse...
-Vamos, musageta – me dijo Camilo Balza Donatti, con
esa palabra extraña, sin significado pues nunca antes la había escuchado, me
imaginé cualesquiera sentidos, desde los más obvios hasta los más procaces y,
sin embargo, me divertía con ese juego, ese extraño amago del sonido… – para
presentarle al poeta Vicente Gerbasi.
Bajamos por la avenida 5 de Julio para desembocar en
la avenida El Milagro y en pocos minutos llegar al Hotel del Lago, subimos por
las escaleras, y el poeta Camilo tocó la puerta y una voz dentro dijo: “está
abierta, pase”.
Lo que vi aquella mañana, me ha acompañado hasta ahora
cuando quiero compartirlo con usted, amable lector, con la esperanza de ser
fiel a todo cuanto la memoria me dicta hoy, y sin que sufra algún abatimiento
por esta conversa entre nosotros, usted ahí frente a su laptops dejando que las
palabras vayan apareciendo y yo las vea surgir de la niebla de los recuerdos
tan frescas como entonces.
Dentro de aquella habitación vi de pronto cómo giraban
mariposas rojas, azules y amarillas como si se tratara de un viento que las
hacía flotar, subían y descendían sin morosidad, para plegarse en el suelo y
luego ascender sin tocar el techo para repetir con insistencia los girantes
aleteos de un ángel que no terminaba de aquietarse…hasta que como un remolino,
unos brazos que parecían querer volar sin que perdiera contacto con el piso, y,
luego, una voz un poco ronca que sin ser áspera, dijo: “Camilo…pasa,
espera un poco” Entonces comprendí que aquel espectáculo que pasó raudo por mis
ojos, no era más que un ritual del poeta Gerbasi, como un homenaje que le hacía
al pueblo Wayuú, en aquella habitación acompañado por las sombras de
antiguos fantasmas que nunca lo dejan solo…
-Ahora sé cómo es este pueblo, sus magnificas
costumbres y sus sueños no escuchados, como su Dios, tan parecido al nuestro y
sin embargo, más profundo, arma y desarma los misterios – dijo Gerbasi, y como
si hubiera despertado de un encantamiento, saludó efusivamente a Camilo y
se me quedó mirando (ambos nos miramos) con cierta soledad que Camilo disolvió
al instante: “Es un musageta (otra vez la palabra) que anda en
estos menesteres de la lira… es un musageta! ¿Qué te parece…?” Gerbasi, que ya
había aminorado sus giros, me miró nuevamente y dijo: “Quién sonría como este
joven, nunca traicionará a nadie”
Y acto seguido, en aquella mañana luminosa, en
que Gerbasi me saludo con tanto afecto, conocí al poeta, no sin asombro,
cuando se fue quitando la manta guajira, y las mariposas se quedaron quietas en
los pliegues estampados de la tela blanda y tersa con la cual había danzado
para los suyos y para nosotros y que, sin saberlo, lo habíamos bajado de los
cielos de Maleiwa.
Fue un rato propicio, hecho de anécdotas entre
Gerbasi y Camilo, como dos hermanos que se encontraran, luego de una larga
separación impuesta circunstancias ajenas a ellos, y que ahora celebraban y
cantaban.
Como un espectador silente (igual que usted que ahora
sigue estas líneas por una obligada circunstancia de ser mi amigo en facebook)
colmado, desde mi asombrada juventud, por tanto premio de los dioses.
Finalmente, nos despedimos, en mis manos su libro “Por
arte de sol” y el eco de sus palabras que no he podido cancelar.
José Francisco Ortiz
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