Francisco Ortiz (1917) |
Un día, ahora lejano, mi padre apareció
con una caja de creyones y unas hojas de papel… No lo sabíamos pero había
iniciado un viaje hacia la imaginación. Las hojas se perdieron en el tráfago de
la vida, entonces, necesitado de un espacio duradero se acercaba a las paredes,
con delectación las acariciaba y recorría una y otra vez con sus manos, y poco
a poco fueron apareciendo líneas, trazos y volúmenes envolventes de un sueño
primitivo. Ya no eran creyones, ni carboncillo, la magia del óleo se percibía
lentamente. En varias casas habitaron estas otras casas. Distintas familias las
miraron y no sin desdén las borraron porque, seguramente pensaron, no estaban
acordes con la pulcritud de las paredes. Ahora en este pequeño apartamento de
Carache hay un murmullo de voces, la canción de la montaña y el viento rasgado
de neblina en la geometría del silencio de mi padre…
Santa Cruz de Mara, 13/6/2012
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