BOCETO
a Aurita Franchi
Molina.
Cuando llegué a
Maracaibo en 1953, traía tanta montaña y niebla en mis ojos, que al amanecer,
cuando el ferry atracaba en el puerto, el sol venía a borrar la opacidad
contenida en mi alma, y, al mostrarme una nueva dimensión de lo percibido,
creía estar en una llanura donde sólo había agua hasta el horizonte. El lago me
parecía cubierto por colchas, blandas y ligeras como el viento salobre que se
deslizaba sobre mi rostro, y las olas reventadas en el muelle dejaban sobre mi
piel alfilerazos picantes, y en la mirada, graciosas acuarelas de un festín de
gaviotas que no he vuelto a ver. Desde entonces, pienso que el mar pertenece al
mundo alado, como si un paraíso habitara en sus profundidades y en una
continuidad sin fin, de formas y arabescos, nos trajera noticias de los ángeles
girando entre las espumas.
Santa Cruz de
Mara, 29/9/2012.
José Francisco Ortiz Morillo