viernes, 4 de noviembre de 2011

VOCALES DE CENIZA



LA VIDA

 
Héctor Poleo, pintor venezolano (1918 – 1989) -  Persistencia de la memoria.
 
A Luis Suárez Rendiles


Llega la vida y no sabemos
cómo cincela
sus voces en las piedras
cómo pliega
sus tegumentos en los muros
cómo nos arroba y gasta
sin que podamos abrazarla
viene en sueños
nos conversa sus secretos
insensatos
hemos bebido amargamente
el elixir del olvido.




EL PÁJARO LIRA

A Miguel Ángel Campos
 
Régulo Pérez, pintor venezolano (1919) - Pájaro.
 


En el dintel de la ventana
un pájaro bate sus alas.
¿Será el pájaro lira? – me dije –
Azul del cielo sin apremios.
No sé de dónde vienen
sus saudades
sus gorjeos, su memoria.
¿Hasta dónde
en la hojarasca lo he tocado?
Qué jaula tan grande tienes!
en resonancias me reclama
y sin que pudiera alcanzarlo
se esfuma en el remolino
dorado de la tarde.



LA POESÍA

 
Marietta Berman, pintora venezolana nacida en Checoslovaquia (1917 – 1990) - Más allá


A mi tío Carlos Luis Ortiz


Mansa como la hierba
es una calle antigua
donde reposa la memoria
la reconocemos
en nosotros mismos
con la mudanza de la vida
y sin embargo la poesía
no baja en los andenes
se marcha siempre se marcha
y acaso nos sonríe
mientras un pañuelo azul
ondea en la distancia
sólo en lo intangible
podemos merecerla



LOS CHORROS


A Eugenio Montejo

Marcelo Vidal - Paisaje.



El canto de las cigarras es nuestro
baten tambores lejanos en sus alas
sus cuerpos dolidos son más sonoros
conocen de memoria nuestros pasos
saben de signos, continuas son sus notas
las descubro nuevamente entre las calles
las transito y ya son otras
sin embargo me reconocen
pues escucho sus lentos
cristales rodando por los techos
las cigarras abren ranuras en el aire
en su canto se arriesga el viento
y clama la tempestad
desde sus ásperas notas
la arborescencia las encubre
sé que están allí y me acompañan



FAENA

Para Emélida Atencio Inciarte

 
Detalle de pintura mural de una pareja de amantes en Pompeya


Si una mujer y un hombre
tocan sus cuerpos
con sus manos atraviesan
el vallado de los días
alientan sin vanidad
el alma de los dioses
y vuelven al paraíso
para no ser sólo arcilla.
Tengo por ciertas
las palabras de Goethe
en el amor deben ir juntos
mirada, deseo y goce.



LA CANCIÓN DE PIRRA


Ex toto corde:
a Angel y Lilia de Lombardi

 
Oleg Zhivetin, pintor de Uzbequistán (1968) Luna



I

Surtidores del cieno
temblor en los cuerpos
ayes entre bastiones retenidos
prisión de mis ancestros
tanto erial abarca latitudes
engendra
asombro
en los bordes del agua
envolventes
remolinos en los ojos
sobre la vida
bullen las arenas
en los pliegues
cascadas
muslos dorados
sempiterna
profanación de los dioses caídos.


III

Piedra a piedra hálitos
germinales hendiduras
sobre vastas colmenas
lentas porciones de la piel
crepúsculos abatidos
ojos para el asombro
una y otra vez
en las llamas del olvido.


VI

Somos hijos del silencio
(silencio emplazado desplazado)
somos huellas
de alucinados fragores
entregados a mortales añoranzas
somos el arrebato del olvido
sus irisados confines
una y otra vez en la insistencia
la mirada abierta en un espacio.


VIII

La luna
fundía sus metales
rodaba en tus muslos
una luz violeta
no sabía
en la penumbra
a quién mirar      
en vértigos la sombra.



JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. POR ARTE DEL SOL


POR ARTE DE SOL
El día que conocí a Vicente Gerbasi


 




Una mañana de 1972, conocí al poeta Vicente Gerbasi. Debió de ser domingo porque había un sol radiante, nada extraño en Maracaibo, y la gente andaba díscola por las calles; arrebatadas de su silencio anegando las avenidas y las calles con sus voces y las presentía lejanas como si se tratara de un país a donde concurren para asistir a una feria de donde nunca quisieran marcharse...

-Vamos, musageta – me dijo Camilo Balza Donatti, con esa palabra extraña, sin significado pues nunca antes la había escuchado, me imaginé cualesquiera sentidos, desde los más obvios hasta los más procaces y, sin embargo, me divertía con ese juego, ese extraño amago del sonido… – para presentarle al poeta Vicente Gerbasi.

Bajamos por la avenida 5 de Julio para desembocar en la avenida El Milagro y en pocos minutos llegar al Hotel del Lago, subimos por las escaleras, y el poeta Camilo tocó la puerta y una voz dentro dijo: “está abierta, pase”.

Lo que vi aquella mañana, me ha acompañado hasta ahora cuando quiero compartirlo con usted, amable lector, con la esperanza de ser fiel a todo cuanto la memoria me dicta hoy, y sin que sufra algún abatimiento por esta conversa entre nosotros, usted ahí frente a su laptops dejando que las palabras vayan apareciendo y yo las vea surgir de la niebla de los recuerdos tan frescas como entonces.

Dentro de aquella habitación vi de pronto cómo giraban mariposas rojas, azules y amarillas como si se tratara de un viento que las hacía flotar, subían y descendían sin morosidad, para plegarse en el suelo y luego ascender sin tocar el techo para repetir con insistencia los girantes aleteos de un ángel que no terminaba de aquietarse…hasta que como un remolino, unos brazos que parecían querer volar sin que perdiera contacto con el piso, y, luego, una voz un  poco ronca que sin ser áspera, dijo: “Camilo…pasa, espera un poco” Entonces comprendí que aquel espectáculo que pasó raudo por mis ojos, no era más que un ritual del poeta Gerbasi, como un homenaje que le hacía al pueblo Wayuú,  en aquella habitación acompañado por las sombras de antiguos fantasmas que nunca lo dejan solo…

-Ahora sé cómo es este pueblo, sus magnificas costumbres y sus sueños no escuchados, como su Dios, tan parecido al nuestro y sin embargo, más profundo, arma y desarma los misterios – dijo Gerbasi, y como si  hubiera despertado de un encantamiento, saludó efusivamente a Camilo y se me quedó mirando (ambos nos miramos) con cierta soledad que Camilo disolvió al instante:  “Es un musageta (otra vez la palabra)  que anda en estos menesteres de la lira… es un musageta! ¿Qué te parece…?” Gerbasi, que ya había aminorado sus giros, me miró nuevamente y dijo: “Quién sonría como este joven, nunca traicionará a nadie”

Y acto seguido, en aquella mañana luminosa, en que  Gerbasi me saludo con tanto afecto, conocí al poeta, no sin asombro, cuando se fue quitando la manta guajira, y las mariposas se quedaron quietas en los pliegues estampados de la tela blanda y tersa con la cual había danzado para los suyos y para nosotros y que, sin saberlo, lo habíamos bajado de los cielos de Maleiwa.

Fue un  rato propicio, hecho de anécdotas entre Gerbasi y Camilo, como dos hermanos que se encontraran, luego de una larga separación impuesta circunstancias ajenas a ellos, y que ahora celebraban y cantaban.

Como un espectador silente (igual que usted que ahora sigue estas líneas por una obligada circunstancia de ser mi amigo en facebook) colmado, desde mi asombrada juventud, por tanto premio de los dioses.

Finalmente, nos despedimos, en mis manos su libro “Por arte de sol” y el eco de sus palabras que no he podido cancelar.


José Francisco Ortiz
Santa Cruz de Mara 16/3/2011