SOBRE SU OBRA




SOBRE SU OBRA

Entrevistas, ensayos, artículos y discursos 
sobre la obra del autor




JOSÉ FRANCISCO ORTIZ, UNA VIGILIA DISCRETA Y REVELADORA
César Seco

La poesía de José Francisco Ortiz, cumple eminentemente una doble condición contemplativa y reveladora, lo cual nos ha acercado a él con especial devoción. Le había escuchado nombrar por boca de mis amigos poetas de Maracaibo, ciudad luminosa y siempre festiva que también es parte de nuestra mayor devoción espiritual y vivencial, por los afectos, por los vínculos que hemos sembrado allí en nuestro andar.

El poeta es un hombre discreto, nos dicen, un profesor del cual sus alumnos conservan anécdotas y recuerdos que dan cuenta de su pedagogía sensible y de su entrega, atenta y disciplinada a los fulgores y sombras de la escritura poética.  Le conocí no en cuerpo presente, como hubiera querido, sino a través de su poesía y de un breve diálogo que se fue dando de a poco por las redes sociales.  Conversación invisible como la que se le da al poeta con los elementos  con los que su imaginación sirve a la poesía; pero mediando en este caso, entre él y yo,  esa virtualidad digital de la que desconfiamos, pero que nos permite, sobre todo a los que permanecemos distantes, mantenernos comunicados. Conversación sobre el misterio que implica esa “fértil miseria” (Mutis dixit) que es la poesía y a la que nuestro poeta se da libre de egotismo. Conversación que ahora, en este instante, nos devuelve a una de sus páginas:

Para escribir un verso
es necesario que la hora velada
tenga su manera de dormir:
no olvidar un cuaderno,
preferiblemente un dibujo
para calcar la niebla,
sus márgenes para anotar,
una referencia, un paisaje
-antes de que la paz o la guerra,
nos dicten como ha de ser
el rostro de la vida-
y fundir con lenta caligrafía
sus deseos, las miradas inasibles;
con todo, desbrozar los recuerdos,
para aligerar el peso
de la inutilidad del asombro.

Está aquí, entrando y saliendo de la página, como quien se interna en el bosque y sale al descampado con las manos repletas de luceros, vertidos éstos en polvo en el instante que lo oído se lo revela: el hombre tras el sigilo de la poesía, ese súbito. Consentimos con el poeta que ese “asombro inútil” es lo que en esta orilla del mundo nos despierta  cada vez que la posibilidad de guerra y la siempre negociada paz tiende su larga sombra sobre el despertar de la humanidad.  José Francisco Ortiz se demanda repuestas mayores, difíciles, pero necesarias.

Qué podemos hacer los poetas,
si nuestro universo es tan pequeño:
a veces una voz contra el silencio,
un silencio contra el griterío
del mundo; una calle, un árbol
algún pájaro en el hervor del día,
porque sólo trastocamos
las palabras que la vida
solícita escoge por nosotros,
y nos reprueba, porque alguien
-no sabemos quién-
oculta su orden manifiesto.

La poesía  es revelación y ocultamiento porque siempre vuelve a su origen, el silencio, la soledad sonora, la música de las esferas.  Cifra y descifra. Oculta revelando y revelando oculta; el que la escribe sólo media entre lo visible y lo invisible, eso nos dice el poeta desde esa ventana que día a día abre al alba, en búsqueda de repuestas que sólo la poesía sabe responder o sugerir apenas desde el misterio.

Mansa como la hierba
es una calle antigua
donde reposa la memoria.
la reconocemos
en nosotros mismos
con la mudanza de la vida
y sin embargo la poesía
no baja en los andenes
se marcha siempre se marcha
y acaso nos sonríe
mientras un pañuelo azul
ondea en la distancia
sólo en lo intangible
podemos merecerla.

Un saludo desde la tierra ardida de sed a su secreta vigilia del poema.

Sábado, 28 de enero de 2012









JOSÉ FRANCISCO ORTIZ
(TEXTO TOMADO DE HISTORIA DEL ZULIA DE GUSTAVO OCANDO YAMARTE)


Gustavo Ocando Yamarte

  Como en el caso de Manuel Dagnino, José Francisco Ortiz nació fuera del Zulia pero desde niño vivió en Maracaibo. En esta capital se formó. Por ello, como Dagnino, entra con plenos derechos en la literatura zuliana.   Ortiz es lo contrario de Guillermo Ferrer. Su lenguaje es siempre suave. Sereno. Nunca levanta el tono de la voz. Vive como un eremita de la poesía. Jamás ha querido vivir en la ciudad, pero todos los días la contempla gradualmente desde los varios kilómetros que cada día recorre para llegar a su trabajo de educador en Maracaibo. El sigue disfrutando de su casa en el campo, con su numerosa familia, con sus matas de ratón en el frente. José Francisco vive en Santa Cruz. Disfruta del campo y de su familia como un pensador griego.
    Este poeta exquisito es clásico. Por el corte mental y formal. En 1972 publico su primer poemario: “Bajo esta soledad”. Conoce a fondo a Rilke, Rimbaud, Kafka; los ha rumiado, los admira y se ha dejado influenciar por ellos sin alienarse.
     Los críticos nacionales saludaron positivamente su libro El Amanuense. Su parte más densa es la segunda que contiene seis narraciones que no son cuentos ni anécdotas, sino aspectos filtrados de la realidad que vive el hombre en una sociedad burocrática. Hace críticas que otros hinchan de bravatas rayanas en la demagogia. José Francisco toma esos mismos temas y  los lleva a un plano estético, sin perder su fuerza critica. Tiene la propiedad de llevar el comentario vocinglero a un mundo artístico, más penetrante aun que la palabra destemplada. Este poeta es muy cuidadoso de la palabra a la que cincela y engarza en el todo de su inspiración. En su lenguaje hay propiedad, diafanidad, señalamiento del problema por encima del que lo ocasiona. Con tino el crítico Miguel Ángel Campos asienta que Ortiz tiene “voz segura de hacerse entender desechando estruendos, afectismos y tensiones y guiándose por una familiar pasión que minuciosa y paciente anhela permanecer refiriendo infinitamente”.
     En 1979 publicó la segunda edición de Bajo esta soledad. En esa oportunidad obtuvo el premio internacional de la Revista Controvento, de Italia. Giuseppe Porto, crítico de arte, vio en la obra de Ortiz una armonía de sus motivos con “vibraciones espaciales” expresados “con el color de la palabra”. Sin embargo, fue el argentino Orlando Marini, quien a nuestro entender  dio con la clave de la poesía de José Francisco Ortiz: “En este libro de doble vivencia todo es vida pero vida trascendente”. Es un autor que dentro de una simbología continua, sugerente, manifiesta su anclaje en la trascendencia del hombre. Esto, en parte, es el fundamento de la elevación estilística, cuidada, en la que se mantiene en cada ocasión.
  Al mismo tiempo la trascendencia produce en él una esperanza que lo convierte en místico moderno. Es, quizás, su poema “Símbolos” el que mejor lo expresa como artista:
Avidez estridente recomienzas oculta:
cada hombre es un vértigo encendido
Hay naves tendidas y vuelo de gaviotas.
Palabras simples,
símbolos ignotos labrados en la piel
¡Salpicado universo!
Fruto marino.
Cálidas horas
¡mar inmóvil!
¡íngrimo sol!
¡Sueño de laberintos inconclusos,
me abandono a tu espera!
    La poesía de José Francisco Ortiz es aislada, como el mismo. Va solitaria en la literatura zuliana. Aunque es ensayista, y crítico de arte, será su poesía quien lo mantendrá en la historia de la literatura zuliana.

 









POESÍA, UNIVERSIDAD Y DIÁLOGO



Hace apenas algo más de una centuria, nuestra universidad se vestía con los lauros del tiempo. Desde entonces, no sólo gentes trashumantes, atraídas por la feracidad de las tierras zulianas, armaron solar y tiendas para la vida buena sino que de la preñez de la utopía vendrían los hijos del mar, de la montaña, del sur y de los llanos al convite de esta casa grande donde todos hemos crecido y abundado en sueños.
Ramón Menéndez Pidal
Yo vengo a celebrar esa utopía. A celebrarme a mí mismo en la palabra cierta de tantos que me quieren y hacen posible que mis poemas crucen el Atlántico de vuelta al lugar exacto, de la palabra viva que nuestro Andrés Bello buscó en el Mío Cid , cuando en la expresión de Menéndez Pidal , la reconstrucción de ese texto, “es hoy todavía muy estimable por haber comprendido mejor que las siguientes el sistema de asonancias del poema, y por la mesura y acierto de las correcciones que introduce en el texto de Sánchez ” (1) , y, además, agregamos nosotros, de imponderable valor su Gramática del Castellano; el ámbito de Rafael María Baralt donde anuncia con lozanía la dignidad de nuestra lengua y le convierte en el primer Hispanoamericano en la Academia de la Lengua; la heredad del mar y sus maravillosos aposentos donde Andrés Eloy Blanco redime el acento de lo propio con su Canto a España, y, seguramente, porqué no decirlo, Eugenio Montejo lo graba para siempre en “algunas palabras (...) de raudos azulejos”
 Va, entonces, mi palabra hacia esos rumbos. Así lo ha querido nuestra Universidad, y yo me siento honrado por tan alta distinción, al postularme al Premio de Poesía Hispanoamericana “Reina Sofía”, señero galardón de las letras castellanas. A esa gesta anual concurren las plumas más relevantes del mundo hispánico, allí lucen sus galas la nombradía de nuestros pueblos.
 En mi caso, he cultivado y guardado la poesía como una secreta conciencia, como un amor perfecto. No sé si lo he logrado (...) No sé si los años de transitoriedad por la vida me convenzan de que la vida es una pasión inútil.
 Sin embargo, expreso, ante el inmenso honor de que he sido objeto que este compromiso alienta la fragua de mi alma que no cesa de mirar, de mirar hacia adentro, para que la vida en sus vértigos de sombras, alcance la voz de tantos que me han susurrado sus esperanzas en la contingencia de los días. Así lo percibe mi conciencia, como una ofrenda a la constancia de no cejar en el arado. Yo sé que el labriego cree en su cosecha aún en ausencia de las lluvias, y no cambiaría jamás el rumor de los vientos por un cielo estrellado.
 Sé que este oficio de escribir tiene de suyo la irrebatible oquedad de la nada. Nunca sabemos exactamente hacia dónde nos dirigimos, quién nos escucha y acompaña en las horas en vela. Sólo somos hierofantes de la intuición sin que podamos arrebatarla de la fugacidad que la nombra. Se dice que éste es el más inútil de los bienes y el más inocente de los menesteres. Todos los que transitamos este camino lo reconocemos, y, aún así, continuamos con pasión ineluctable.
Hans-Georg Gadamer
 Hans-Georg Gadamer (2) ha escrito en Poema y diálogo, a propósito de Paul Celan, del pescador que lanza su red en playas futuras (léase poeta). “...el que quiera capturar, el que quiera lograr y tener la suerte de obtener lo que espera, no tiene más remedio que lastrar. Lo que se lastra es aquí la red desplegada de la expectación. ¿Y cómo se lastra la expectación? Al parecer mediante las sombras que proyectan las experiencias y los desengaños que uno arrastra consigo. Ninguna esperanza es absolutamente futura si no está lastrada con esas sombras”
 Estamos, ciertamente, en una hora difícil de la humanidad. Lastrar la red para que las voces no se hundan en la anomia, para que existan aun en el sobresalto del miedo, es un tarea que nos impone la llama de lo humano.
 Esta es una hora grave. Tal vez los poetas no tenemos las respuestas, pero sí, lo confieso, deberíamos estar en las trincheras de la palabra, aguzando el oído, expectantes y clarividentes para anunciar los tiempos nuevos. Sé, y no quiero llamarme a engaño, que las sociedades van hacia una forma de entropía inenarrable que, por los efectos masificadores de la imagen, son arrebatadas de sí mismas.
Stephen Hawking
 Si pudiéramos comparar los miles de millones de años que le ha llevado a la naturaleza construir el espacio que habitamos, hacernos lo que somos, “gemas en el universo”, para decirlo con palabras de Stephen Hawking , (3) entonces aún contamos con algunos segundos para que la inteligencia y el amor sobrevivan.
 También sé que la universidad no tiene todas las respuestas. Pero está obligada a construir sobre estos segundos una nueva esperanza, un destino más claro para la humanidad. Los hombres y mujeres que la conforman ocupan posiciones de excepción en el entramado social y están ubicados en la cima de la producción del conocimiento. Hagamos pues que este conocimiento sea eficaz para enfrentar con suprema dignidad el mal que corroe a nuestro tiempo.
Finalmente, reitero infinitamente mi agradecimiento por este doble honor que recibo de La Universidad del Zulia, al publicar, también, mi más reciente producción literaria “Musgo de nuestras aldeas”.
 Este es un libro que ofrezco con fervor a mi tierra venezolana. Son si se quiere las visiones de alguien que alienta, sobre las huellas de la faena universitaria, el mundo que lo recorre desde su infancia, sus estigmas y sus nunca canceladas lecturas de maravillosos libros que otros escribieron y que rumian sin cesar su existencia.
 Los que conversan diáfanamente conmigo cuando abro la puerta de mi biblioteca y fluyen sin cesar y siempre nuevos en cada página que leo. A los compañeros poetas, obreros y estudiantes que andan con nosotros, palmo a palmo, en el esplendor de esta ciudad que llamamos Maracaibo. A los jóvenes que sienten el reclamo de la palabra y no se resisten al encantamiento de su destino. A Domingo Bracho, rector y amigo, por tanta solidaridad. A Nelly Zambrano y Asdrúbal Cuauro por la nobleza de sus actos. A todos los aquí reunidos cada uno con su red para alcanzar en el mar de los sueños, el cardumen que a ratos espejea en las sombras del porvenir: una misma vocación universitaria y de país. A mi esposa Luz y a nuestros hijos maravillosos que nos han ayudado a construir cada espacio para la poesía, quiero agradecerles tanto y, al mismo tiempo, ofrecerles la lectura de “Musgo de nuestras aldeas”.


José Francisco Ortiz


Notas:
(1)R. Menéndez Pidal siempre admiró la obra de Bello. Obras completas. Cantar del Mio Cid. Tomo V. Cuarta edición, volumen III (1969), editorial Espasa-Calpe. También, Millares Carlo me expresó este cariño no sólo hacia Bello, sino, igualmente, con emoción hacia Rafael María Baralt. Testimonio recogido en mi libro Diálogos, editado por la Universidad del Zulia y la Fundación para el Desarrollo Educacional (1991).  

(2)Hans-Georg Gadamer es uno de los hermeneutas más importantes del siglo XX. Sus estudios sobre el diálogo han originado nuevas perspectivas al ámbito de la comunicación. Poema y diálogo es una colección de ensayos donde asume los fundamentos de sus búsquedas. En nuestro medio, Antonio Pérez Estévez es uno de los conocedores más importantes de este autor.

 (3) Stephen Hawking es el cosmólogo más importante del siglo XX y, seguramente, lo será bien entrado el presente siglo. Sus estudios sobre los orígenes del universo y sus aportes a la física son determinantes para comprender al hombre y su ubicación en el tiempo y en el espacio.

Palabras pronunciadas por el autor con motivo de la presentación de su libro “Musgo de nuestras aldeas”, 2003.










Texto: Alexis Blanco
                         
"Una sociedad que no esté en crisis no tiene posibilidades". "El artista no está obligado a sumarse a visiones políticas o del Estado". "El musgo es el gran oído del universo".


          
Un lauro de la revista Contravento, Italia, en 1979 y el Premio Regional de Literatura, en 1996, avalan la obra del hombre de letras José Francisco Ortiz. Recién estrenó un poemario, "Musgo de nuestras aldeas". Son diez libros publicados. Desde allí arranca la entrevista.
- ¿Cómo percibe el momento que vive Venezuela?
- Las crisis son naturales al hombre. Una sociedad que no esté en crisis no tiene posibilidades, ni siquiera de arrancar hacia el futuro. Esta fase que vive, no sólo Venezuela, sino Latinoamérica y el mundo en general, se debe fundamentalmente a los cambios que están ocurriendo. Venimos de un siglo XX de desarrollo científico y tecnológico, si se quiere, desmesurado, pero en el mundo del desarrollo cultural hay unas cuantas interrogantes sobre las deudas que podamos tener con él. No le estamos debiendo mucho. Venezuela, para bendición de algunos y oprobio de otros, tiene que aprender a sobrellevar esta crisis.
- ¿Por qué y cómo?
- Bendición, porque demuestra que somos un país con vida y, en consecuencia, somos capaces de olfatear los cambios que se están suscitando en el planeta y así no estamos de espaldas al desarrollo mundial, a pesar de tener un incipiente desarrollo científico y tecnológico. Pero sí tenemos mucha conciencia social y humana para ponernos en sintonía con la apreciación de estos problemas.
- ¿Cumplen los intelectuales y los artistas criollos con esa función de reconocimiento?
- Tracemos una escisión allí: por un lado, la óptica actual de la crisis social del país te obliga a colocarte en un espacio determinado, en pro o en contra de algo. La otra parte, es que el artista no está obligado a sumarse a visiones políticas o del Estado. El artista se debe a una respuesta con sentido humano universal. Está obligado, por su visión del mundo, a responder a los criterios y principios que lo animan con relación a su propio universo creador. No pueden obligarlo con la exigencia de que tenga que sumarse a determinada visión. El artista tiene deudas es con su pueblo y su interpretación.
- ¿Habla de artistas divididos?
- Sí, artistas escindidos, fragmentados. Aquí hablamos de artistas con posiciones políticas frente a determinados roles que lo exigen en este momento. Pero lo que no debe comprometer es su arte.
- ¿Y cómo queda aquí Aristóteles, con sus obras "Política" y "Poética"?
- Otro caso. Al igual que Platón (quien, por cierto, detestaba a los poetas), era filósofo. Pero ambos advertían que los poetas eran quienes más criticaban las posiciones políticas enfrentadas en la Grecia del siglo V antes de Cristo. Platón veía en los artistas, gente complicada y muy difícil de encinturar por determinados patrones de conducta política. Y Grecia se considera la cuna de la democracia.
- El lenguaje también se percibe resquebrajado en la coyuntura actual. ¿Usted qué piensa?
- Tendría una repregunta ¿cuál lenguaje? O nos referimos entonces al lenguaje de las masas, de la tropelería, al sinsentido, a la sinrazón. Podemos hablar de un lenguaje reflexivo. No hay ahora en Venezuela visiones de reflexión, de sindéresis. Mario Briceño Iragorry hablaba de "la traición de los mejores".
- ¿En qué consiste la expresión?
- Alude a aquellos que, en determinado momento, pudieron hacer algo por su país y no lo hicieron. Se plegaron a una determinada facción. El artista, el intelectual, está obligado a no sumarse a ninguna facción. Pienso y sigo a Albert Camus cuando decía "las palomas de la paz jamás se han posado sobre los patíbulos".
- Usted es profesor de periodismo ¿Cómo enfoca el gran cuestionamiento que se tiene con respecto al papel de los periodistas?
- Los periodistas, como el artista y el escritor, están obligados a decir la verdad, lo cual significa, no sólo mostrar lo que ven, sino reflexionar sobre eso que ven. Una de las cosas que se le ha pedido al periodista es que no razone. Un contrasentido. En mi libro "La realidad tangencial de la comunicación", traté ese tema hace doce años. El periodista es de los hombres más frágiles. Porque la realidad humana lo compromete. Es el historiador vivo, el del presente.
- ¿Está desplegando en este momento ese potencial?
- Cuando estas cosas se calmen, el periodista habrá cumplido una gran labor. Porque él está igualmente entrampado en la actividad mediática. Pero cumple con su rol. Y emite opiniones, ¿por qué no hacerlo?.
- ¿Qué opinión le merece el ensayo de Ignacio Ramonet donde sostiene que los periodistas han muerto, para dar paso a los denominados por él, "instantaneístas"?
- Falso. Esa es una opinión fatalista, de final de siglo, de "fin de la historia" de lo cual antes habló Francis Fukuyama. Tratan de liquidar al periodista, pero es esa misma instantaneidad que alude Ramonet, la que va a desaparecer. Más no quien trabaja, el profesional que sabe lo que está haciendo. Pero en todas las profesiones hay gente que se presta para cosas, eso no lo vamos a negar. Creo que en Venezuela está cumpliendo una altísima función, más allá que esté en una parcialidad o en otra. Lo ideal sería su autonomía. Ramonet sabe cómo son esas cosas en su puesto de "Le Monde diplomatique".
- Un buen lector de filosofía como usted tendrá un enfoque especial sobre la palabra "ética"...
- Martin Heidegger dijo que la ética "es el lugar donde van a morir los elefantes". Un cementerio es una costumbre. Aristóteles aludía al hombre como animal de costumbres. Eso es ética. Es una reflexión, una visión de la vida, más no moral. Es mi visión de la vida.
- Mientras algunas metáforas auguran sangre, las suyas hablan de las aldeas y sus musgos...
- Apuesto por la metáfora de la vida. Frente a la de la necrofilia, tomo partido por la de la biofilia. Porque venimos de una misma raíz, somos un mismo pueblo y este pueblo no tiene en su sangre nada que indique que es un pueblo trágico, no en el sentido griego, que sería hermoso, sino en el sentido de lo grave, de la catástrofe, de la destrucción de un país. Tiene que ser superada por la de la vida y allí entramos todos, poetas, periodistas, artistas todos.
- ¿Por qué insiste en la palabra "légamos"?
- Significa barro, lodo, cieno. Hay un libro anterior llamado así. Es algo genésico. Cuando Dios nos creó nos hizo de esa materia. Es lo más próximo a nosotros. De allí venimos y en polvo nos convertiremos. Para agregar una visión biofílica, en términos de Erich Fromm, es darle al lodo la virtud de habernos hecho conciencia soñadora.
- También un símbolo de la andinidad...
- El musgo también necesita de humedad. Es como el gran oído del universo. Callado y silencioso, en los dinteles y en los árboles. Como el silencio de los almendros. El almendro, fruto con la misma fortaleza de Jesús, según los antiguos cristianos.
- Otro poemas aluden la catástrofe de Vargas. ¿Avizoró esa catástrofe?
- Es como una respuesta acerca de cuál es la actitud del poeta ante la vida. Un problema tan terrible propició un encuentro con Adícora, con el mar y las huellas en la orilla de la tempestad. Fue la tragedia del mundo.
- Recurre mucho al tema de la soledad...
- Una breve disquisición sobre ella: la soledad creativa, la que sentimos aún en medio de la muchedumbre o es la misma que se siente frente al mar, como Demóstenes, que se metía piedras en la boca e imaginaba que las rugientes olas eran como la turba que él más tarde tendría que conquistar. Frente a ese oleaje, con sus victorias o derrotas, el creador tiene que salir y cuestionar esa misma soledad, tan inmóvil y terrible.

El artista de verdad se niega a entregarse

- El rector de LUZ, Domingo Bracho, prologa el libro. ¿Cómo perfila la presencia de la Universidad es esta coyuntura?
- En el sentido universal, no estaría cuestionada, a menos que aludamos a gente como Harold Bloom, filósofo norteamericano que ha hecho críticas severas a las universidades norteamericanas sobre los cambios profundos hacia los cuales debe ir. La universidad como tal, con sus mil y pico de años, no está en discusión. Porque su sentido universal consiste en el análisis, la investigación y la reflexión sobre el sentido humano de la vida, que es hacia donde debemos ir todos. Ahora, la universidad venezolana responde a esos criterios. Quienes están cuestionados son los hombres.
- ¿Habla de política doméstica?
- De patio trasero. No de real politik. Octavio Paz dijo eso. Uno de los grandes problemas del siglo que terminó hace un par de años, fue el oprobio del Estado tratando de adueñarse del pensamiento.
Y el artista de verdad se niega a entregarse, porque su deuda es consigo mismo, sus respuestas son de otro orden.
- ¿Y Chávez?
- No soy chavista ni antichavista. Pienso en el respeto hacia los demás. Mutuo. Se que este presidente le han negado tantas posibilidades de ser lo que él quiere hacer y, hasta ahora, no tiene gente presa. Nunca estuve de acuerdo con llevar al país al desastre. Con lo que ocurrió con Pdvsa, que fue como penetrar el corazón del país y destruir su economía. Un asunto de geopolítica energética. Fue un mero harakiri. Y por eso te hablaba de Briceño Iragorry y la traición de los mejores                      
                                                                                                                    

Maracaibo, diario Panorama, 2003.









LÉGAMOS
Una poética de la vigilia y el sueño



Leisie Montiel Spluga.
Profesora de la Universidad del Zulia.
           
Cuando un hombre está durmiendo tiene en torno suyo como un aro, el hilo de las horas, el orden de los años y de los mundos. Al despertarse, los consulta instintivamente, y, en un segundo, lee el lugar de la Tierra en que se halla, el tiempo que ha transcurrido hasta su despertar, pero estas ordenaciones pueden confundirse y quebrarse.
Marcel Proust
Légamos, de José Francisco Ortiz, es una invitación para ir tras el lado sombreado de las cosas, a aquella región del nombre que sólo puede mirarse desde su adentro, cuando lo que se intenta es decir las esencias ocultas que necesitan del brillo reciente de las palabras, de una expresión auténtica lograda en la fuga armoniosa de las sílabas que se convocan, entre sí, por las ramas del silencio. Se asiste, de este modo, a la génesis de toda una arquitectura ritual que no resiste el bullicio tóxico de lo verborreico: “lo antiquísimo no es un pasado: es un comienzo”, dice Octavio Paz, y, precisamente, desde allí parte el poeta hacia la ruta solitaria de la casa, matriz inmensurable que alumbra a su hacedor: “Antigua es la casa / donde habita / un duende sin nombre / acaso sus palabras / vibran desde el fondo / de claridades letales, / pastor que guarda / con celos los secretos / y en alta hora / abandona el corazón”.
Este poema inicial es una suerte de llave signada a abrir el paso hacia los siguientes textos, donde el poeta no hace más que imprimir el rastro efímero de esta presencia intuida detrás de las paredes, en la oscuridad de la noche que ciega nuestros ojos, habituados a reconstruir lo puramente externo. Dar cabida a una voz otra, anunciar la duda y, a la vez, la posibilidad de llegar a zambullirse en una forma de existir diferente de la que se exhibe durante la fiesta del día se insinúa como ambiciones que sacuden al poeta, en su interior, hasta llevarlo a tantear palabras y silencios que bordean el mensaje presentido.
De ese duende innombrable y celoso se nutre el universo de Légamos, el barro original que fluye en cada objeto o manifestación natural reflejada, por ejemplo, en el espejo que hace rato duplicó, ante los ojos del poeta, la belleza misteriosa de alguna mujer mientras maquillaba sus labios o de algún hombre apesadumbrado, que quiso despedirse de sí mismo.
Así, el continuo discurrir de rostros que dejan empañados sus tormentos y placeres efervescentes, tras una superficie luminosa pero callada, mide el tiempo del poema, el presente infinito que ninguna hora puede aprehender para sí, porque sus crecientes sonoridades y texturas nunca son idénticas, es decir, cambian: “para nosotros [los hombres actuales] el tiempo no es la repetición de instantes o siglos idénticos: cada siglo y cada instante es único, distinto, otro”. En Límites, el poeta atiende con todos sus sentidos a un (a) acompañante informe que convive con él, en silencio, y desentraña la intermitencia consustancial que surge ente el espacio de su cuerpo y el de su escritura:
Espero en la vecindad
de esta sombra que escribe
el humo
la mirada de huéspedes
fugaces.

Pareciera que el constante sondeo de las sombras –mundo auditivo y visual que asoma como probable aventura en las ciudades nocturnas- expresa a un espíritu ávido de que exista una otredad susceptible de ser encarnada en el verbo, vertiginosamente. En Renacer, accederemos, entonces, a la vía elegida por Ortiz para romper los conceptos que no hacen sino derruir las inclinaciones o voluntades del ser humano, con la mirada apuesta en el discepto de lo no definitivo y demasiado llano: En la luz oblicua de un poema / advierto la propia incertidumbre / de hacer fluir / la única razón de existencia,/ es la otra vida/ que incesante recomienza. Sin embargo, el poeta no se resiste a la fascinación que sobre él ejercen los flancos de su extraña y antigua densidad. Uno de esos flancos es el poema Barroco:
Sobre la amarga huella del pan
los amantes descubren sus
secretas voces.
Alguien muerde
desde el fondo de los días
la fuga estival de sus
miradas,
vestiduras rituales
que en los gestos
vagan silenciosas
entre el fulgor
ascendente de las horas.
¿Quién los retiene
en las ascuas profusas de la noche?

Los tonos del recuerdo fluyen en este poema amoroso, con una atmósfera difuminada de apacible intimidad, creada a partir de un lenguaje donde las cosas pactan con lo no ultimado, entre breves señas que comprimen la vida de intensas experiencias compartidas con las sombras de un yo plural: el de todos los amantes que se descubren en la plenitud de sus emociones.
En el conjunto del poemario, la ventana figura como un ángulo vital de la casa, pues desde allí la sensibilidad del poeta despliega su expresión de asombro ante la contemplación desenmascarada del territorio que le ha correspondido registrar, pudiendo conocer ritmos y seres que, quienes caminan distraídos por la calle, no alcanzarían a ver:
La casa abre
sus ventanas al
alba
sobre el tinajero
el ángel reposa
esperando
umbral
donde agita sus
alas.

Ortiz, incluso, se aproxima a lo que sería un artífice de las premoniciones, un vidente, dado que señala, con sutileza, lo que estaría inscrito en el destino cronológico y que el hombre no puede evadir: “¿Hacia dónde marchan / los hombres de la aldea,/ cabalgando en las noches/ de veremos intensos./ [...] / Ah, bajo el sol / nadie presiente su destino”.
José Francisco Ortiz se interesa, también, por el mundo de lo microscópico, actitud que ya, por sí sola, habla de su disposición a no desperdiciar ninguna circunstancia u ocasión que se ofrezca a sus ojos, como posible materia susceptible de ser llevada a un código poético. Es el caso, por ejemplo, del poema. En la oquedad de la tarde, el pedazo de solar donde se instala –quizás en la lejana infancia- un hábitat de moreras que ha viajado desde la mística China:
Larvas hilan
en la oquedad de la
tarde
estas raíces
que la distancia
encubre.
Un solar
entre humaredas
asciende.

El oído recorre las distancias de un murmullo humano homólogo que surge en la inmensidad de la noche y que el poeta abraza, porque es capaz de acompañar al mundo a pesar de su apartamiento:
En la sed de las noches
junto al fuego,
en los hondos laberintos
de la espera,
más allá de las hojas,
del fulgor
de los nísperos
de las tierras de labranzas
alfarero de palabras
para el canto.

La idea de ver en la conjunción poeta – “alfarero de palabras” a dos seres que se prestan a servir como mediadores entre los hombres comulga con la reflexión que Pablo Riquelme hace sobre su propia condición poética, cuando nos comunica su sensibilidad frente a los acontecimientos humanos, pero sin llegar a sugerir que sea una especie de Dios o Mesías: “no pretendo ser más que lo que soy: alguien que desde aquí acompaña en secreto a todos, y que, en esa distancia silenciosa y hasta fatal, sabe mirar los diversos juegos de la vida y del destino”.
El tema de la despedida lo introduce Ortiz en las páginas intermedias de su poemario (no al final, como podría esperarse), con el propósito de otorgarle un locus cercano al de la realidad, pues, de ese modo, quedaría transcrito su carácter inesperado y sorpresivo, su dolorosa aleteo de distancia: alguna hoja restaña / silenciosa, / la claridad de un último abordaje.
La alusión del hombre que atraviesa mucha geografía en busca de las ciudades que no están sino dentro de él, en la hondura de su multifacética identidad, está revestida de un ritmo exhausto, pero que no quiere rendirse, como bien puede verse en Nómade: Nómade / de las ciudades, / devastador / de ferias inauditas / alcanzo / mi último albur. Dentro de esa errancia de buscarse a sí mismo, el poema de Ortiz puede emparentarse con el discurso poética cavafyano: “siempre llegarás a la misma ciudad. En otro lugar no pongas tus esperanzas: / no hay barco para ti, no hay camino. / Al perder tu vida aquí, / en este rinconcito, en toda la tierra la has destruido”.
En ambos poetas, hay el hálito de una tristeza que permanece inalterable sea cual fuere el lugar donde vayan; afinidad sintomática que Gustavo Pereira, atento al desciframiento de su propia condición poética, nos describe de una forma tan puntual y lúcida, que da la impresión de estar sosteniendo un diálogo con ellos: “De pronto es una invasión de sed, una súbita conciencia de pequeñez, de finitud, un vago presentimiento, un hilo secreto. Parece la tristeza de los silenciosos, la de los poseídos por las dudas, la de quienes vivieron otras vidas. es la tristeza de los amantes, la de los pájaros solitarios, la personal y honda y ósea melancolía del corazón”.
Por último, no restaría más que interrogar al lado blanco del sonido, a las palabras no dichas aún en su efusión transparente y, sobre todo, entrar en la casa, para desde allí tratar de descubrir esa suerte de aleph o palimpsesto que nos sugiere Proust en su búsqueda del tiempo perdido, el verdadero. Tiempo que podremos sorprender si sabemos mirar –a imitación del poeta Ortiz- la sutil tela de légamos que nos retiene, de cara al cielo, entre la vigilia y el sueño terrestre.
           
                                 
Signos en Rotación, suplemento cultural, Año 2, No. 80. Octubre, 1999. Diario La Verdad, Maracaibo, Venezuela.










Miguel Ángel Campos

- Entiendo que tú eres un testigo excepcional de algunos procesos intelectuales recientes del Zulia. Tu llegada a Maracaibo un poco antes de los años 60’, te permite apreciar un poco qué es lo que está quedando atrás y qué es lo que surge. Sin embargo, frente a esa dinámica de cambio o insurgencia de esos años, tú te afilias a una corriente que podríamos llamar conservadora; te unes a un grupo de intelectuales casi de oficio y fundan un periódico extraordinario, de título sartriano, Situación, donde Uds., se dedican a examinar aspectos de la filosofía, de la política, pero con más acento en lo intelectual. Entretanto, están naciendo grupos contestarios que los hacen lucir a Uds., como fuera de moda, que insisten en un discurso muy elegante, mesurado, casi ecuménico...
Permíteme que apele a un proverbio chino, en él se dice que cuando se maldecía a alguien se le sentenciaba de esta manera: “Te condenamos a que vivas una época interesante”. Yo creo que de alguna manera la gente de los años 60’ estuvimos malditos, fue una época realmente extraordinaria, vivida plenamente desde las diferentes ópticas en las que nos ubicamos, y apelando a diferentes pasiones, en nuestro caso la literatura. Nos ubicamos en la línea del pensamiento y utilizamos la literatura como instrumento de análisis. No se trataba de saber quiénes estaban equivocados o no, lo único válido era la certeza de que estábamos trabajando en terreno firme, y esto cuenta tanto para nosotros como para quienes estaban en otras trincheras. Si me lo permites, me gustaría hablar un poco desde la perspectiva de mi experiencia. Asumí actitudes políticas puesto que fui estudiante del Liceo Baralt, que era un Liceo aguerrido. Fue una época de tremendas discusiones en el seno de los partidos políticos; y nosotros nos ubicamos en el plano de la izquierda. Con el tiempo entendimos que no era necesario ser de izquierda para ser revolucionario. Éramos de izquierda en el sentido ideológico, para contrastar algunas ausencias en nuestro medio, de nuestra realidad política. Desde el punto de vista intelectual no sólo sabíamos que valía la pena escribir, sino que era necesario hacerlo y que salvar el pensamiento era salvar la época, era mantener encendida la llama de aquello en lo que nosotros creíamos, o pretendíamos creer. Así por ejemplo, cuando hablas de Situación, un periódico que surge por iniciativa de un escritor que yo respeto mucho, un hombre que ha sido uno de esos escritores que en Venezuela no ha podido dar lo que realmente debiera, me refiero a Francisco Riquelme. Pues bien, Situación surge por afinidades electivas. Allí están los hermanos Riquelme, Ignacio Quintana, y otros como es el caso de Nicanor Cifuentes y mi hermana Alba. Éramos un grupo de enamorados y de creyentes. Queríamos hacer un periódico que fuera un poco la voz de la época, de un aspecto de esa época insuficientemente estudiada. En el Zulia no hay un intento por explicar el fenómeno sociológico y artístico de esos años; nosotros creíamos que era posible un enfoque explicativo del asunto, más allá de la pura participación. Había condiciones para hacerlo, teníamos un grupo importante de profesores en la Universidad del Zulia, representados por esa figura señera que es José Manuel Delgado Ocando.
- La Universidad, entonces, era un foco importante de discusión...
Ella fue el alma del país en los años 60’, y yo diría que por algunas razones lo sigue siendo, quizás con menos garantías intelectuales y de discusión. Fue quien nos dio todo en materia de posibilidades de expresión, tanto políticas, como culturales.
- Dijiste al principio que tuviste vinculaciones con la izquierda, simpatizabas un poco con movimientos de ruptura, de cuestionamiento. Ahora, ¿qué te lleva a distanciarte de ese aliento inicial y ubicarte al lado de un grupo intelectual de tradiciones liberales, y de alguna manera de las más orgánicas del país? (lo que de alguna manera te facilitó la realización de tu obra literaria, al mantenerte al margen de sobresaltos).
Bueno, yo no he interrumpido mi dirección de pensamiento, creo que orgánicamente sigo siendo un hombre de izquierda; si por izquierda entendemos la posición de alguien que cree que el mundo debe cambiar, que es necesario ir contra toda esa normativa que tiende a mantener las estructuras de un sistema por muy empobrecidas que estén. Logramos deslastrarnos de actitudes rígidas que fatalmente evitan poner todas las potencialidades en función del hombre y su entorno. Logramos compaginar nuestras ideas y ponerlas en función del acto creador. Creo que supimos guardar la distancia cuando la mezquindad hizo presa de la época. Camus, Sartre, Guillermo de Torre, fueron nuestro refugio, y no nos arrepentimos de ello...
-A finales de los 60’, Laura Antillano publica La bella época, y ya tu con seguridad, tienes escrito buena parte de los textos de El amanuense; Francisco Riquelme tiene Los estigmas listo para Monte Ávila, César Chirinos organiza los originales de Diccionario de los hijos de papá. Todos son libros distintos entre sí, casi encontrados, a excepción, tal vez, de El amanuense y Los estigmas. ¿Cómo se veían Uds., en la ciudad, unidos sólo por el oficio, pero como en compartimentos estancos? ¿Cómo era la relación con esos otros grupos radicales, que se sabían los herederos legítimos de aquel proceso de cambio?
No era una relación de alejamiento. Nuestros trabajos no iban por los mismos caminos, cada quien tenía su óptica, era libre para elegirla. Había textos que no nos agradaban, como igualmente había cosas que ellos consideraban pasadas de moda y en las que nosotros creíamos. Pero eran más las cosas, seguramente, que nos agradaban. Éramos individuos que vivíamos en una profunda soledad, entendíamos el proceso literario como un alejamiento, apartamiento hacia la reflexión y el análisis, y eso no significaba meterse en un castillo y aislarse. Vivíamos la realidad de la ciudad, compartíamos con su gente, era la misma lucha. Pero a la hora del acto creador nos retirábamos, éramos muy pocos afectos a la actividad cultural en sí, muy poco ganados a frecuentar exhibiciones de pintura o ir a conciertos, o si lo hacíamos era mesuradamente, en todo caso se nos veía muy poco en esas actividades, y en ese sentido se nos ha podido ver como clandestinos; pero el hecho artístico era en nosotros tan intenso como en los otros. Una característica muy común a los grupos literarios de la época era la de mostrarse sus trabajos, leerse entre sí lo que se estaba haciendo. Para nosotros no sólo era una práctica extraña, sino que era ajena al ejercicio mismo de la escritura. Yo nunca llegué a ver los textos de Los estigmas previo a la edición del libro. La pasión por la literatura era igual al celo por nuestro trabajo. A Francisco, por mi parte, tampoco le mostré textos narrativos, aunque sí le di a leer mi poesía, poesía que él destrozó; pero llegó un momento en que me dijo: “mira creo que estoy perdiendo el criterio, me estoy poniendo viejo, ya me gustan tus textos de poesía, ya no los puedo criticar, no puedo decirte ya nada, búscate otro mejor crítico”.
- Pero esencialmente no se leían entre...
No, leíamos a otros autores. Confrontábamos con otros, pero entre nosotros no. No podíamos hacerlo porque teníamos muy arraigado el problema de la responsabilidad del escritor y del trabajo intelectual. Pensábamos que el hecho de intercambiar textos mediatizaba la autoría. Preferíamos que cada quien corriera con sus propias consecuencias en cuanto a influencias, estilo, etc. En cambio conversábamos mucho sobre problemas de filosofía, sobre la función del arte; hasta altas horas de la noche estábamos en torno a una vertiente que nos suministrara otro autor. Pero jamás conversábamos sobre nuestra obra.
- Últimamente se han hecho algunos exámenes o revisiones del movimiento intelectual de aquella época, sin embargo, y no deja de sorprenderme, no se hace ninguna referencia al periódico Situación, y tuvo diez números...
Nueve números.
- En fin, no se oye nombrar por ningún lado, parece como si no hubiera existido. Por lo demás, el aporte de los grupos contestatarios parece estar claro, sin embargo, cuál creerías que fue el aporte de grupos como el nucleado en torno a Situación. ¿qué fue lo que Uds., trajeron a la escena?
Hay una diferencia notable respecto a grupos como Guillo, por ejemplo, se trataba de grupos literarios para hacer literatura, o para desarrollar actitudes contestarias concretas, o incluso para impugnar la condición del creador en un medio opresivo. Nosotros no andábamos en eso, no éramos un grupo literario, no éramos un grupo en el sentido generacional. Quisimos hacer una especie de periodismo cultural libre, con mucha sobriedad, con mucha altura, cuidando hasta el mismo diseño del periódico. Las entrevistas que hacíamos buscaban dar una visión objetiva, seria de lo que estaba ocurriendo; y en ese sentido la Universidad, repito, nos suministró buenas referencias.
- Allí aparece una figura notable y determinante para la Universidad del Zulia, y quien prácticamente es el arquitecto de la Facultad de Humanidades, Millares Carlo...
Inauguramos el periódico con Millares Carlo y Delgado Ocando, ellos fueron los primeros entrevistados. La lectura de esas entrevistas muestra que aquel fue un foro amplio donde convergieron diferentes y opuestas posiciones, pues era lo que nos interesaba, la participación desde la verdadera libertad, como lo es la del pensamiento. No nos interesaba lo aleatorio, ni aquello que fuera la moda, nuestro aporte se centró en un periodismo de vanguardia, de gran responsabilidad intelectual. Por eso, quizás, Situación pasó desapercibido; como no era un periódico contestario y de poses violentas se le ha negado un espacio en esas revisiones y evaluaciones del pasado cultural reciente del Zulia.
-Tuvo mala circulación?
Tuvo muy buena circulación.
- Entonces no se explica que nadie lo conserve...
No lo conservan porque no respondía, según la apreciación de una cierta intelectualidad, a las exigencias del momento, se le consideraba un periódico fuera de moda, no respondía a lo que en ese momento se estaba recibiendo de la gente que trabajaba en la vida cultural de la región. Nosotros intentábamos hacer algo diferente, que respondiera a exigencias menos casuales y coyunturales.
- A Uds., les interesaba la realidad nacional, pero mediada por una concepción de la política donde el arte, la estética, la filosofía permeaban todo un discurso que ha podido parecer desubicado ¿era eso?
Tu pregunta pudiera aclarar muchas cosas. Queríamos sintonizar con lo que estaba ocurriendo en el mundo, nivelar nuestra angustia y nuestras expectativas, romper con el aldeanismo. Nos interesaba la región y el proceso de su pensamiento y para desarrollar ese interés no creíamos, aun cuando no gozaran del favor del público. Nos interesaba la ciudad en su pensamiento, en su acción, en su dinamismo, pero al mismo tiempo queríamos hablar, y disculpa mi arrogancia, en términos universales del hombre zuliano.
- No creo que sea ninguna arrogancia, me parece una puntualización importante...
Bueno, eso tratábamos de hacer allí, en Situación. Producir una revalorización del hombre zuliano desde la perspectiva del trabajo universitario y del trabajo literario. La política nacional nos interesaba en la medida en que respondía a una exigencia humana ante la realidad global. Cuestiones como el crecimiento del hombre, la libertad, la finalidad de la existencia, para nosotros eran de gran importancia. Sin desconocer la urgencia histórica de lo que estaba ocurriendo, no quisimos sumarnos al griterío, optamos por guardar la distancia, como decía Guillermo de Torre, para no perder la perspectiva; eso quería decir que estábamos muy cerca de las masas, que escuchábamos sus gritos, pero sabíamos distinguir sus voces. No teníamos interés en que nuestra voz se confundiera con la algarabía y fuera aniquilada. Si aquel ahora es un esfuerzo ignorado, no hay amargura en quienes participamos de él; nosotros nos miramos y sonreímos, ahí está la historia, y seguimos en nuestras actividades comunes y corrientes de hoy.
- Sin embargo, muchos de los irreverentes que han podido estar en el plano opuesto del grupo de Situación, como Blas Perozo Naveda que es tu amigo y siente un gran aprecio por ti, parecen sonreír también.
A Blas yo lo quiero mucho, y déjame decirte que tuvimos luchas duras en esos años. Ambos llegamos a cambiar de calle para no cruzarnos; pero pienso que eran diferencias no tanto políticas como intelectuales, y eso tenía su encanto. El tiempo nos permitió verlo de esa manera.
- Ahora, el momento tiene como centro, por un lado los grupos contestatarios, contraculturales; y por otro la actitud ortodoxa, un poco de crítica contemplativa que se aloja en Situación, pero todo gravitando alrededor de un espacio extraordinario, y ese espacio es la Universidad; asimismo me parece igualmente asombroso que ese entorno-ambiente se haya esfumado.
La Universidad fue en los años 60’ y parte de los 70’ la caja de resonancia del pensamiento y de la política. La búsqueda y las reflexiones más importantes estuvieron allí, y esto incluye la lucha, el conflicto abierto; pero ha perdido espacio, fue rebasada por la ciudad, la ciudad como conglomerado ha rebasado lo que pueda hacer la Universidad en materia cultural. La política como ejercicio de clanes se ha metido en ella. Ahora, en los 60’, también se vivía intensamente la política, pero se asumía como polémica, como confrontación de altura, y esto es lo que debe darle el carácter universal a la Universidad. La pobreza del país la ha tocado. La sin razón y la mediocridad que ha escindido la vida, el ser venezolano penetró también lo universitario. En estos momentos estoy culminando estudios que tuve que abandonar, en aquel entonces, por razones profesionales y de trabajo; así puedo establecer diferencias, evaluar dos tiempos y entiendo que otras urgencias se han impuesto, una cierta pobreza que va más allá de lo material lo domina todo, así como antes dominaba la esperanza, aún dentro de la crisis.
- En esos años, en Latinoamérica se veía la Universidad como un agente de liberación, como el instrumento capaz de producir el conocimiento necesario para destruir las estructuras de dominación. ¿Qué ha pasado con esa expectativa? ¿Qué la sustituyó?
En el mundo había un proceso de transformación de raíces espirituales, y esto significaba una revalorización del conocimiento frente a hechos como la Guerra de Viet-nan. Latinoamérica surgía como una sociedad emergente, era un poco la esperanza de lo inédito, pero ahora vemos como todo fue una era de proposiciones inacabadas. En cuanto al rol actual de la Universidad, pienso que ella enfrenta los retos del desarrollo. En esta época de grandes cambios, el poder de hacer está menos en la política que en el saber, en la medida en que haya sabiduría, una actitud heurística, en esa medida los pueblos se harán fuertes.
- Eso del retroceso de la política frente al conocimiento, es un hecho positivista, corresponde al modelo del Positivismo del siglo pasado...
Bueno, estamos presenciando la vuelta del liberalismo económico. Creo que se nos ha escapado el verdadero funcionamiento de las cosas, hay que atender más a la sociología; hemos perdido el saber porque se ha impuesto la coyuntural y porque hemos dividido la realidad en compartimentos estancos: la economía, la psicología, y entre tanto el hombre total, el hecho humano se nos ha escapado. Los hombres de esa época estamos descubriendo el poder a través del conocimiento total de lo parcial, y esto parece una contradicción.
- Tu trabajo literario, la prosa de ficción, cómo va, qué estás haciendo ahora.
Vengo trabajando desde hace unos cinco años en un libro que sigue la misma línea de los anteriores, pero mucho más cerca de mi realidad doméstica; son textos de la cotidianidad, de la ciudad, pero donde puede reconocerse al hombre de cualquier parte. En poesía no estoy haciendo nada ahora, lo más reciente que publiqué fue Poemas del mediodía; respeto demasiado la poesía y quiero darme un descanso. Por lo demás, acaba de salir un libro donde se reúnen algunas entrevistas, que son más bien diálogos, que cubren más de veinte años de actividad cultural y periodística.

Revista Dominios, Universidad Rafael María Baralt, Cabimas, 1991.







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