miércoles, 20 de febrero de 2013

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ


Robert Doisneau (1912 -1994) Fotógrafo francés.




La nocturnidad es menos críptica que el día. La luz solar enceguece y echa sombras sobre las cosas visibles, de esta penumbra nace el cristal como un muro de rocas sobre el cual ya nada es posible, y, aunque tratemos de alcanzar la realidad, siempre estará a leguas de nuestro horizonte. La noche, en cambio, es la fortaleza del mundo, sus lentas apariencias viajan hacia el centro de nuestras ambiciones, como una oración siempre irredenta en el corazón humano. La noche nos libera del horror de la verdad.
Santa Cruz de Mara, 20/2/2013


José Francisco Ortiz



sábado, 16 de febrero de 2013

FUGA EN LA HIERBA





Denis Grzetic. Fotógrafo croata.




     En sus esferas de negra piedra,

     la calma de los dioses cautivos.



     La gracia del limo fecunda la tierra

     en las graves hogueras del poniente.



     El viento recoge los alardes del bosque,

     en un haz sonoro de lirios

     para estrenar la tarde de los fuegos.



     Aunque haya fuga en la hierba

     mi alma espera el día y canta.





Santa Cruz de Mara, 17/1/2013





José Francisco Ortiz


jueves, 14 de febrero de 2013

EL SOLAR DE CUPIDO





W. Eugene Smith (1918 -1978). Fotógrafo estadounidense.




La primera lección de amor y de dolor me fue dictada por una mujer de cuatro años, yo contaba cinco. Fue allá en mi remota patria chica, cuna de mis ancestros y de todas mis fatales memorias. Aunque recuerdo su nombre, y no sé si aún existe, porque desde ese primordial día no volví a verla jamás, no lo mencionaré porque el nombre de una dama es sagrado.

Digo, unos compadres de mis progenitores llegaron de visita, mientras se reunían en la sala para la tertulia, ella (la niña) me invitó al solar, me dijo: “vamos a jugar, ayúdame con estos ladrillos para que hagamos una pared”. ¿Una pared, para qué? Para que no nos vean, contestó sin inmutarse.

Terminada la obra, me explicó cómo era su juego y comenzó a desnudarse. Quedé paralizado porque no llegué a comprender esa novedosa visión lúdica, porque más allá de arrastrar carritos hechos con latas vacías de sardinas y montoncitos de piedras o de tierra mi mundo se reducía a los duendes y fantasmas que pululaban en la casa…

De pronto, me empujó contra la pared que habíamos construido y rodé por el suelo. Sin mayores explicaciones se vistió y me lanzó una terrible imprecación:

-¡Ah, no, enamorarse por estar alegres… no, eso no!

Me dio la espalda y echó a correr huyendo de mí, como si hubiera tratado con un fantasma, y, desde aquel instante de 1949, vuelven esas palabras constantes a sonar en mi corazón, como ahora, y un temor inevitable me invade ante la proximidad del amor.

Santa Cruz de Mara, 14/2/2013.



José Francisco Ortiz Morillo