jueves, 14 de junio de 2012

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO




Francisco Ortiz (1917)



Cuántas veces no quedaba como en trance, en posición fetal, acurrucado sobre sí mismo en el borde de la mecedora, como si se tratara de un equilibrista que vagaba en el vacío, y luego, como impulsado por remotas memorias, se erguía y proyectaba su sombra sobre los enseres desordenados de la habitación, levantaba los brazos y parecían alas remontando las horas de su fervor, escarbaba con los ojos la profundidad de la pared, la escrutaba porque sabía que en el repentino repliegue de la luz aparecerían los fantasmas de su niñez… ahora sonreía plácidamente desde el lugar de su victoria porque ya nada podía retenerlo, sólo la oscuridad le negaba las delicias del sueño.



Santa Cruz de Mara, 14/6/2012



José Francisco Ortiz Morillo

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO.



Francisco Ortiz (1917)



Un día, ahora lejano, mi padre apareció con una caja de creyones y unas hojas de papel… No lo sabíamos pero había iniciado un viaje hacia la imaginación. Las hojas se perdieron en el tráfago de la vida, entonces, necesitado de un espacio duradero se acercaba a las paredes, con delectación las acariciaba y recorría una y otra vez con sus manos, y poco a poco fueron apareciendo líneas, trazos y volúmenes envolventes de un sueño primitivo. Ya no eran creyones, ni carboncillo, la magia del óleo se percibía lentamente. En varias casas habitaron estas otras casas. Distintas familias las miraron y no sin desdén las borraron porque, seguramente pensaron, no estaban acordes con la pulcritud de las paredes. Ahora en este pequeño apartamento de Carache hay un murmullo de voces, la canción de la montaña y el viento rasgado de neblina en la geometría del silencio de mi padre…




Santa Cruz de Mara, 13/6/2012



 José Francisco Ortiz Morillo