jueves, 14 de abril de 2011

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. LA EXPERIENCIA ESTÉTICA



LA EXPERIENCIA ESTÉTICA

 
Ferdinand Heilbuth, pintor francés (1826  1889) – El lector

Hay recurrencias, variaciones de un mismo tema, que acuden sin cesar en la literatura, que fungen de aproximaciones entre la forma y el fondo. Nada más impreciso.

Imágenes entrecruzadas, siempre en la red de las representaciones, de las analogías, de los acercamientos y, al mismo tiempo, distancias extendidas en el giro de la pura expresión. Vuelve entonces la metáfora en la conquista de la memoria, incluso cuando llega por extensión, por la gravedad de una conciencia especular.

Así, la mirada la construye y la afirma, se apropia del espacio, en  busca de formas, y rebota sobre sí misma para acallarse en los contornos de un nombre que fluye levemente, sin prisa, en la soledad rumoreante de un destino, en los trazos errátiles, difusos de la pintura de los niños, del arte ingenuo, ese primer instante que en su transparencia es imperceptible en  las sociedades del lujo y de los excesos.  

Y, sin embargo, cualesquiera explicaciones acerca de la naturaleza de palabras vestidas, que tratan de significar, no pueden ser más que denotaciones, expresiones que el diccionario convoca a la existencia.

La palabra es, nos dice. Y parece que todo acaba en el territorio de la literalidad, y, es innegable que un mundo bulle desde las raíces de la imagen para que las palabras no sólo sean sino que no sean.

Y es por esta negación que el destino del lenguaje se apoya en la conciencia del hombre. Hace algunas cabriolas, retoza y salta hacia lo imprevisto, huye de la cosa, y libre se hace sustancia, forma alada, plasticidad enseñoreada sobre la cotidianidad.

Hablamos entonces de intuición, de contemplación, de inspiración, de interpretación, de experiencia estética, de lo original, del estilo en situaciones que van desde la ciencia al arte, atravesadas por un orden epistemológico y que sólo se resuelve entre la mano que escribe (pulsa, esculpe, pinta por decir lo menos entre tantas tareas humanas) y los ojos que gravitan sobre los textos, sobre el discurso.

La contemplación es un ensimismarse, un volcarse hacia adentro con todas las filiaciones externas para hacerse uno en la distancia y en el tiempo. La contemplación puede ser un acto intuitivo de la duración, de la quietud. Intuición, contemplación e inspiración aspiran a la armonía como una conquista de lo absoluto, a un ser que reside en la belleza o en la verdad y que por su esencia espejea desde lo ignoto. Sus brillos o sus lados de sombra propician la experiencia estética.


José Francisco Ortiz
Santa Cruz de Mara 14/4/2011