martes, 31 de julio de 2012

VI



VI


Rafael Monasterios (Barquisimeto, 1884- 1961). Calle de Santa Rosa, 1937.




La tarde reclama el inagotable sorbo de luz en la rasgada pulcritud del
mediodía.
Duende soñador de la distancia, ojos al sigilo de la sombra, lámpara en
la arena, sonaja en los tejados de esas jugosas casas de la infancia, tardo
vuelo de un pájaro sin rumbo porque en su embriaguez gira de nuevo el
universo.

De: Poemas del mediodía (1990)



José Francisco Ortiz Morillo


sábado, 28 de julio de 2012

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ.



Linus Bergman. Fotógrafo estadounidense. Terrazza Mascagni, Livorno



Mucha de nuestra educación insistió hasta la saciedad en el longevo mirar para la conquista de la verdad, se nos escamoteó el porvenir, y como todo quedaba tan lejano e incierto la ilusión fue la fuente de muchos de nuestros errores. Luego aprendimos que todos nuestros actos obedecen a la manera como el mundo aparece ante nosotros. Justamente en sus proporciones, el hombre percibe y procesa. Elegimos proyectivamente, si dejáramos que la sabiduría del instante alumbrara la conciencia, el juicio alentaría con nitidez nuestras percepciones.

Santa Cruz de Mara, 18/7/2012

José Francisco Ortiz Morillo


viernes, 20 de julio de 2012

VII


VII

Donald McCullin (1935). Fotógrafo inglés.


Alguien trajina su ardorosa memoria porque ha labrado el humo
violento de las calles. Alguien reparte la noche con sus manos laboriosas
de redonda mansedumbre como quien lleva su destino en el trémulo
resurgir del corazón.
Alguien ha tendido la vastedad de sus palabras y sólo escucha el
recóndito sonido del amanecer.
Alguien a unos pasos del mundo deja el pan que nos redime sobre el
mantel de la vida.


De: Poemas del mediodía (1990)



José Francisco Ortiz Morillo


LOS CHORROS



LOS CHORROS

A Eugenio Montejo



Emilio Boggio (Caracas, Venezuela, 21 de mayo de 1857 - Auvers-sur-Oise, Francia, 7 de junio de 1920). Pintor venezolano. Paisaje.

 
El canto de las cigarras es nuestro
baten tambores lejanos en sus alas
sus cuerpos dolidos son más sonoros
conocen de memoria nuestros pasos
saben de signos, continuas son sus notas
las descubro nuevamente entre las calles
las transito y ya son otras
sin embargo me reconocen
pues escucho sus lentos
cristales rodando por los techos
las cigarras abren ranuras en el aire
en su canto se arriesga el viento
y clama la tempestad
desde sus ásperas notas
la arborescencia las encubre
sé que están allí y me acompañan

De Vocales de ceniza (2005)


José Francisco Ortiz Morillo


jueves, 19 de julio de 2012

EL LIMONERO


REVANCHA



REVANCHA


Odilon Redon (20 de abril de 1840 – 6 de julio de 1916). Pintor francés.



En el lugar de los graves oficios, la delación de una fatal tropelería: un
hombre huye, no va solo; lo siguen sus miedos, sus otros, sus
costumbres que no son suyas. Igual identidad tiene su sombra,
arraigada a la tierra, no hay fuga posible, le sigue hasta el final donde lo
atrapa. ¿Cómo podría ser de otra manera, si es su plomada?


De: Musgo de nuestras aldeas (2002)


José Francisco Ortiz Morillo


miércoles, 18 de julio de 2012

LA ORFANDAD




LA ORFANDAD






Edvard Munch (1863 - 1944). Pintor noruego. Gólgota






     Con hilos de silencio hace sus nidos el miedo,
     con alabardas de polvo oscurece la vida,
     no deja las puertas abiertas
     porque se aferra en el alma dormida.

     Quién puede reconocerlo
     en los clamores de la victoria,
     si vaticina la fortuna,
     recorre los espacios, cierra los abismos,
     y el hombre vaga
     adormilado en la ofrenda
     para callar después en la calle, rendido.

     Tiene tantos rostros el miedo,
     viene de antiguas calamidades creciendo,
     sin descanso urde la trama de su huella,
     en sus vestiduras, la orfandad del mundo.



Santa Cruz de Mara, 8/7/2012



José Francisco Ortiz





martes, 17 de julio de 2012

LOS COMENSALES



LOS COMENSALES 




Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). Pintor y grabador español.  Dos viejos comiendo sopa.





Los invitados mostraron sus credenciales ante un joven funcionario apostado a la entrada del hotel, por sus ademanes, algunas veces moderados o ligeros o simplemente pensados con sutil armonía, se llegó a reconocer en él la perfección en aquella labor; con gran cuidado sonríe y, en muchos de los casos, se podría aseverar el rango de los asistentes pues éste, con visibles intentos, se inclinaba en aparecer cada vez más generoso ante las solicitaciones que se le formulaban.

En algunos casos, de soslayo, mostrando agradecimiento, los invitados dejan escuchar frases laudatorias hacia el joven portero, sin embargo, indiferentes continúan por el pasillo hasta llegar a una puerta de vidrio donde son esperados por dos funcionarios que se apresuran con denuedo y ostensible alegría a recibirlos, pero luego se muestran muy circunspectos pues por alguna causa ajena a la intención no todos los invitados vienen trajeados de igual forma, quizás habría en ello una costumbre familiar que, en todo caso, no molesta a la generalidad que entusiasmada acepta las indicaciones que se les formulan. Antes de ser conducidos al vestíbulo central, seguramente por alguna disposición inveterada, motivo o regla de tratamiento del hotel, los comensales son llevados a una sala en cuyas paredes están colocados numerosos espejos y tocadores. Todo puede ser encontrado o solicitado, que con la presteza del requerimiento es solucionado hasta en las minucias más extravagantes. Las damas empolvan una y otra vez sus mejillas, confundiendo comentarios y risas al rememorar inquietas la juventud aparentemente devuelta por aquellos afeites; los caballeros alisan suavemente con sus manos el traje, se miran repetidamente al espejo, acomodan el nudo de sus corbatas...sonríen. Ya ubicados en el vestíbulo se encuentran frente a una larga mesa adornada con manteles relucientes, terminados en brocado y encajes, y servida generosamente.

Al parecer los invitados se conocen o se tratan desde mucho tiempo, lo cual se infiere de su comportamiento, pues dispersos en pequeños grupitos, precedidos de manifestaciones de alegría, van de un lado para otro reconociéndose. Casi se huelen. Llego a pensar que esto los asegura de las intromisiones de extraños o desconocidos, así mantienen su condición y, efectivamente, no se les podría en modo alguno privar de esta posibilidad, pues languidecerían pronto consumidos por el hastío y la soledad de trato en las labores que les conciernen diariamente.
Instantes después, uno de los funcionarios se acerca y levanta las manos, realiza unos movimientos discretos y elegantes, y dice o hace referencias incomprensibles de primer intento para los invitados pero que, finalmente, captan jubilosos mientras van replegándose de manera compacta mostrando con ello su existencia.

Unas palmadas del funcionario indican que deben sentarse (se excedía en no causar la menor intranquilidad en los invitados, pues de ocurrir una situación ominosa arriesgaba su permanencia y, seguramente, sería conducido a otra labor: su voz era muy suave... apenas audible) expresa que los anfitriones se excusan, pues inconvenientes de última hora imposibilitaron el cumplimiento de la cita, que subsanado el motivo esperan indulgencia o, en todo caso, se les permita conocer la voluntad de volver nuevamente con mejores disposiciones, que en el futuro se guardarán de cualquier inequidad que el tiempo o asunto imprevisto pudiese acometer contra sus actos.

Cuando los anfitriones entraron al salón, los comensales se mostraron aturdidos...
No llegaron a entender la infortunada labor del funcionario.



De: El amanuense, 1980.



José Francisco Ortiz Morillo



lunes, 16 de julio de 2012

ÁFRICA


ÁFRICA

 
Sebastião Salgado (1944). Fotógrafo brasileño. Zaire, 1997


Ángel negro, qué sabemos
del acero de las palabras,
cómo decir poesía en tu lengua
de húmeda provincia,
sol armado con dardos
de la tierra, celajes inversos
contra la piel y sus clamores.
Ángel negro, gira el cielo
con sus límpidos cristales
y es posible que alguna flor
emerja de tus ojos,
para que continúe la vida,
cercada como siempre,
del otro lado de la ventana.



Santa Cruz de Mara, 2/7/2012.



José Francisco Ortiz

domingo, 15 de julio de 2012

HERMANOS


HERMANOS



Pieter Janssens (1623–1682). Pintor holandés. Interior holandés, 1665- Detalle



A Gabriel Mantilla Chaparro


     Habitábamos la misma casa
     aunque una mudanza nos sorprendiera
     en otros lugares, ocupaba su espacio,
     latiendo desde el fondo
     de cada uno de nosotros,
     con los nombres, los muebles
     y los cuadros que retornaban
     a los sitios que siempre
     les habíamos reservado.
     El tiempo (única manera de expresar
     el sentido de la andanza por la tierra)
     nos lleva hacia los ámbitos
     de sus secretos cambios.
     Tal vez lleguemos a pensar
     que nunca hemos transitado otros países,
     que ninguna memoria podrá sostenernos,
     que ninguna huella reclamará
     los febriles días de la infancia.
     ¡oh!, hermanos sobre estas líneas que escribo
     volverán unos ojos extraños.


De: Cantares, 1986



José Francisco Ortiz

sábado, 14 de julio de 2012

CUANDO LLEGUÉ A TU ORILLA



CUANDO LLEGUÉ A TU ORILLA





En caño Sagua, 1975.







     Cuando llegué a tu orilla,
     pensé que eras una montaña dormida,
     acostada sobre un espacio azulado,
     porque era blanda tu forma
     y parecía moverse en el horizonte,
     miré entonces y en la extensión
     el sol hervía sus celajes,
     no pude, no podía retener
     el instante de mi descubrimiento
     de tanta grama concentrada
     en el pozo que venía hacia mí
     lento y sonoro con el viento salobre.

     Veía las blancas velas al amanecer,
     como pájaros quietos al borde
     de un abismo secreto,
     y luego me parecían mujeres
     cubiertas en sus misterios sollozantes,
     abandonadas sobre promontorios de sal.

     Aunque se llamara Ítaca
     no tendría el asombro de sus héroes,
     crecerían sus columnas de humo
     y su futuro de poleas, bastimentos,
     mercados y aceites sobre la piel
     de hombres agitados en el puerto
     como gaviotas abatidas al atardecer,
     y yo me iba a escuchar el dilatado
     corazón, corazón de las colmenas,
     el cardumen prisionero de las redes
     y sus ecos simples, en las manos simples,
     de los pescadores, y con mi sueño
     regresaba siempre a los fanales,
     al mar donde guardaba mis libros.



Santa Cruz de Mara, 9/7/2012



José Francisco Ortiz


jueves, 12 de julio de 2012

DÍA DE FIESTA


DÍA DE FIESTA



Adolfo Suaza Leguizamo (1952). Pintor colombiano. Bodegon Abundancia, 2009



A mi hermano Hugo Figueroa Brett


Alguien vino y trajo las flores,
puso el mantel, las vajillas antiguas,
de la cocina llegaban
sagrados olores como perfumes
que alentaban el alma,
sin que pudiéramos resistirnos
fuimos convidados a la mesa
en la íngrima plenitud del día;
junto a las copas,
los afectos trajinaron alegrías,
porque en la casa,
ausente de todos nosotros,
alguien abrió las ventanas.


Santa Cruz de Mara, 27/6/2012



José Francisco Ortiz

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ

Natividad Figueroa. Pintor venezolano. Maracaibo y el Lago.





Se dice, con cierta seguridad en lo nombrado, que es imposible vivir sin memoria, así como el soñante verifica la vida al despertar, lo compruebo en mi diaria faena en Maracaibo: veo su lago que desde niño me acompaña, el imaginario que el sol ha escrito en los rostros de sus habitantes, que alguna vez alguien la llamó la Atenas de América porque en los barcos llegaban libros de cultura griega, y desde entonces, los niños nacían con nombres extraños, he convivido amorosamente con estas particularidades, porque Maracaibo sigue siendo la Ítaca que todos llevamos en el corazón. Cuando llegué a su orilla, venía de las montañas andinas, la primera imagen fue la de una montaña que “dormía acostada sobre un espacio azulado”, no puede haber escritura y lectura sin la experiencia, la experiencia del lenguaje.



Santa Cruz de Mara, 10/07/2012



José Francisco Ortiz Morillo

martes, 10 de julio de 2012

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ.




Yong Jun Qin. Fotógrafo chino.


La ubicuidad verbal tiene un campo fértil. Por ejemplo, aunque no temen al dolor, las bestias se cansan; reificadas por la apariencia, las cosas se agotan sin existir; el volar, necesitado de la quietud, se afirma en el espacio, y porque todas estas afirmaciones calan en el hombre, y podamos construir infinitas aporías, desgasta la vida, muriendo. Así, el universo, sigilosamente, indica su entropía como ladrón en la noche.


Santa Cruz de Mara, 25/06/2012

lunes, 9 de julio de 2012

AMANECER



AMANECER


Camille Pissarro (1830-1903). Pintor francés. Muchacha campesina tomando café, 1881.



A Mariana Henríquez



     Hay un lugar
     donde el café aguarda
     al geómetra
     del paladar insomne.
     Hay utensilios
     que tienen sonidos
     siderales al amanecer,
     porque unas manos
     ágiles y puras
     confiaron sus amores
     a las topias,
     y arde el sueño
     colmado de esperanza.
     Aquellos
     que nos habitaron
     en torno a la mesa,
     nos acompañan
     con unos sorbos de café.




Santa Cruz de Mara, 20/06/2012



José Francisco Ortiz

domingo, 8 de julio de 2012

RAÍCES



RAÍCES



Pedro León Castro (Caguas, Puerto Rico, 1913- Caracas, 2003). Pintor venezolano. Armonía, 1947


A José Antonio Martín


Las orugas hilan
calladamente
sobre los campos
trasiegan las vendimias
y vienen las tardes
con sus cántaros
a regar la sembradura
ruedan las semillas
como monedas en la greda
sus morosos estallidos
desde el fondo de la tierra
celebran la primavera.


De: Vocales de ceniza (2005)



José Francisco Ortiz Morillo

viernes, 6 de julio de 2012

RECUERDOS



RECUERDOS


A Andrés Eloy, en su memoria



Mi hermano Andrés Eloy







Con el escarnio vocinglero de los muchachos del pueblo, hace su entrada en la casa la señorita Trinante. Estrafalaria, de abigarradas vestiduras, lleva entre las manos un santo de arcilla, y alrededor del cuello innúmeros collares, hechos con piedras del río, caracoles del mar, cristales multicolores engarzados con pendientes que dan la impresión de que se trata de escapularios o emblemas de una raza inmemorial.

El reloj de la iglesia asiste a la diaria faena de marcar las horas. Son las nueve de la mañana y es domingo. Las calles apuran la mezcla de perfumes y alcoholes como si hombres y mujeres fueran reclamados por los acordes de la retreta. Una inveterada insistencia los reúne en la plaza donde sus cuerpos exhalan el aliento de primitivas faenas. Hoy, la novedad trajo sus alforjas y el aire denso de los días, para rumiar en cada uno de nosotros exacta posesión.

Afuera, el relincho de los caballos rebota en las piedras como lajas sobre el río, mientras la muchachada se abalanza por el corredor detrás de la señorita Trinante.

Los ancianos observan la escena sin atinar palabras. Sólo se miran y sonríen. Recuerdan a esta mujer como un icono que el tiempo no ha logrado envejecer. Para ellos el miedo de los años ya no existe, pero fibrilan como los adolescentes cuando creen sentirla como el primer roce del amor, pues reconocen que nunca pudieron vivirla plenamente porque aún permanece virgen. Tiene, entonces, la virtud de hacerse amistosa con las parturientas y cuando nace un niño se la ve trajinar de un lado para otro con inefable entusiasmo. Poseída por los espíritus, lee la buenaventura. Allí, frente a nuestra madre, está ella, y yo, aferrado del prensil de la cama, la escucho.

- ¿Cómo se llama?  -pregunta la señorita Trinante.

- Andrés  -dice mi madre  -Andrés Eloy.

Descubro el encantamiento de las palabras, porque aquella mujer que daba miedos se transforma ante mis ojos en un ser extraño y majestuoso. Sus manos giran en el aire como pañuelos que se desvanecen en la distancia sin que por algún momento la figura de arcilla se desprenda de los dedos que la retienen. Es tan alta y delgada, y sus movimientos tan ágiles que tiende a disiparse ante mis ojos. Cuando pasan los días sin que ella aparezca, sin que su voz llene el almenar de ilusiones de mis parientes, y la gravedad de su perfume ya desvanecido no atolondre a los muchachos de la calle, me voy al río porque la presiento resurgir de las aguas, flotar en las montaña, vencer los peñascos y remontarse hacia las nubes como un ser angélico que había dejado su morada en el cielo para vivir entre los mortales.

En mi locura, trato de encontrarla en los sitios más disímiles con la sola compañía de mi corazón, empujándome más y más hacia su misterio. Vuelvo a la casa para quedarme en la puerta del zaguán como quien espera la llegada de un ser querido. Ansío verla de nuevo, con su camisón arrastrando el polvo de las calles, con la burla de los muchachos y el cuchicheo de las mujeres. Pero de pronto aparece como un ventarrón sobre las tumbas, conversando en el cementerio de la playa para dejar sus oraciones y sus cantos sin que la perturbe la insensatez de la vida. No, no sólo es imaginación. También, la sueño y la veo venir cubierta con plumas y escribe en hojas blancas inmensas, signo tras signo, palabras que no logro recordar, sólo sé que son hermosas, que vibran y crecen en diversas formas y colores. Y ella les canta dándoles nombre por primera vez.

Como si se tratara de un rito ancestral, va emergiendo en la presencia del oráculo. Toma al niño entre sus manos. Lo levanta. Hace un círculo en el aire, en el centro de la sala. Sin detenerse, frenética en su danza, con la certeza de quien conoce los dominios de la vida, canta: “Chiquito, chiquito, como un grano de llantén, no te quiero por bonito sino por hombre de bien”.

II
  
Andrés nos narra historias de la familia, son palabras que cubren lentamente el espacio de nuestras edades, ha logrado entusiasmarnos a pesar de ser el menor de nosotros, pero yo podía comprender en un instante la fuerza de sus gestos, el alma que movía aquellas frases simples y menesterosas como si se tratara de una madeja de signos que giran hacia su propio centro, inagotables y nunca alcanzados.

A ratos la narración se entrecorta para enlazarse con otra que deviene en una situación inesperada. Andrés habla por otras personas, seguramente los abuelos le habían confiado parte de esos bosquejos que despliega en nuestra memoria.

¿Quién podría prescindir de esos relatos en la casa, hundida en el más absoluto silencio, orlada por el prisma de las nubes en medio del valle de Carache? Las palabras surgen de la diversidad de voces que lo acompañan en su destino. Nunca está solo. Es posible que algunas emitan un brillo inesperado. Fraguadas por un herrero que nunca quiso ver más allá de las virutas del carbón en la fiesta diaria del taller. Son quemantes como las hojas del acero que ceden al tesón de la mano y del martillo. Son tan delgadas y libres que no se las pueden atrapar sin ser cortados; tienen el tedio del invierno y la monotonía de los árboles y del légamo en alardes de vida y desmemoria.

 Lúdicamente nos dejamos llevar por la atmósfera que cubre los presentimientos iniciales. Reconozco que no todo cuanto expresa puede ser devuelto sino en sombras como pasadizos donde creen estar guarnecidas de las inclemencias del tiempo. Hecho de muchas cosas virtuales comprende que ya no es él mismo sino un extraño que ha venido haciendo su trabajo en silencio, horadando sin cesar la vida para transmutarla en otra.

- Cuando se trabaja con greda de los sueños, nunca hay dos momentos exactos y el azar es infinito -exclama Andrés. Y como si fuera impulsado por una fuerza que violenta su cuerpo, se yergue en medio del círculo que habíamos formado y comienza a recitarnos un poema.

- Aún no tiene nombre. Quisiera que fuera simplemente una relación de palabras, pues cualquiera, si lo estima puede tomarlo para sí. Como un vaso de agua, simplemente, como un vaso de agua -nos dice, finalmente.

Las nubes sin existencia, sin prisa vegetal
al borde de una mesa donde solemos
conversar de las promesas antiguas
sus fortalezas y sus máscaras a la hora del festín.
La vida breve, las copas en las manos
y el invierno con tanta certidumbre
más cierto que estas hojas donde crecen las palabras
como polen y sonidos en las grietas del aire.
Nunca estará colmado
el recipiente donde moran los dioses.
Ellos están distantes.
Su parco conversar nos ha lanzado al olvido
y nosotros nunca reconoceremos este sagrado lugar
del vino y de las blandas posesiones del aire.
Nuestras voces son más débiles que el chillido de los pájaros.
Vuelva la esperanza de los que se han marchado
con sus botas de polvo y sus míseras mansedumbres
sobre las rutas de las nuevas ciudades,
por que los ángeles cantan el triunfo de los hombres.
Levanten las viandas, las ropas que enardecen el silencio
un mundo nuevo anuncia el devastado corazón del obrero.
Venga la tierra de la nostalgia,
el clamor de las muchedumbres
¿Quién tiene más nombres que este dios que nos celebra?
Tanta brevedad es imposible
¿Cómo decir vida con tanta fuerza en las almas?
¡Oh, los errabundos
que conocen la palabra del abismo
y restituyen el amanecer con sólo mirarlo:
jirones de luz contra la vastedad de la muerte!

Anoche fuimos a la placita de Santa Cruz. En las bancas nuestras sombras se alargaban. Conversamos sin premeditación Ya podíamos mirarnos, aún permaneciendo en silencio, como si hubiéramos asistido a la consagración de la esperanza.

Entonces, saqué del bolsillo de la camisa la pequeña edición de El Corneta de Rilke.

Nos habíamos acostumbrado a la efervescencia de las lecturas, y éstas nos permitían otro juego: revivir las escenas de los libros como si fuéramos parte de la trama, porque remarcaba la prueba de nuestros sueños. Ahora, atravesábamos bosques luminosos colmados de seres inefables, Siddhartha tendía la red de las palabras sobre una cascada de voces, cambiando la piel hasta no ser más que una mota de polvo en el aire; las manos de Arjuna vibraban en la flecha con mayor ardor que la mesnada de hombres combatiendo por un destino final; y Sancho reventaba la gula de los tiempos cuando un magro jinete alardeaba en medio de las sombras; pero los pasos furtivos de Raskolnikov, junto a paredes y andamios derruidos, nos mantenían al filo del asombro. Rastreamos las huellas de Tiresias para vivir todas las locuras, el ansia de existir en la leyenda.

 -¿Por qué sonríes? -susurró Andrés.

-Te pareces un poco a él, en los ojos -le contesto, mostrando la foto de Rilke.

Andrés representa el legado de nuestros antepasados que se quedaron en el Mediterráneo en un pedazo de la Isla de Elba. Llegaron del norte de Europa y no era suficiente para nuestra raza, había que ir más hacia el sur. Lo hiperbóreo reclama el trópico para asentarse en otros cuerpos con el misterio de otros ojos. Andrés se torna en silencio. Revisa unos papeles que extrae de las faltriqueras, los estruja formando una especie de bola para tirarla al cesto de basura. Sin embargo, es un amago. Los va abriendo (desanudando, creo que la palabra) frente a nosotros sin dejar de observarlos. Algo me dice que ya no lo volveremos a ver. Él calla con firmeza en el rostro, pero mis hermanas y nuestra madre se echan a llorar.

III

Solemos subir a los cerros, serpear los caminos y allegarnos hasta la cruz, con nuestros papagayos debajo del brazo. El zinc de las casas lanza destellos de tanto en tanto, pero, en lo alto la abigarrada hueste de muchachos ya había comenzado a elevar esos pedazos de papel contra el tibio día de mayo. Nos sentamos en un recodo a mirar el centelleo de colores y formas de las nubes. Sentimos tanta alegría observando cómo muchas de las veces no alcanzamos a los grupos porque la tarde los dispersa hacia el valle, cuando el sol de los venados cae como un cuchillo entre los zanjones.

Los techos de las casas difuminados por la niebla como un surtidor de sombras en la tarde y los siete sonidos sordos del reloj de la iglesia nos devuelven a la realidad.

Andrés se ha quedado en silencio sobre las rocas. El papagayo zigzaguea. Se eleva ondulante y se detiene en lo alto, tan alto que ya antes de perderse en la bruma, parece un punto vertical, hondo, como la punta de una flecha hacia las nubes; pero de pronto ya no hay nada, sólo la noche.

Cubrimos la cuesta en un trote acompasado junto al rasgar de los grillos y los guijarros que por momento triscan la pendiente. Andrés piensa: Tantas estrellas, si uno pudiera mantener el ánimo toda la vida para describir estas cosas, estos lugares, andar siempre con los míos, bajar al río y construir pozos y quedarnos en el agua embelesados por la corriente, hacia los cañaverales, por entre las vegas, entre los bagazos de caña en los recodos de los trapiches, dejándonos atraer por los vapores de la caña en la molienda, la mezcla de la cal y el zumbido de la abejas, todo confundido en un sabor a hojas, helechos, pinos y cedros con los sudores de los obreros que remueven el guarapo en los pailones, uno a uno, hasta que la densidad de la miel rellena los cucuruchos.

No he querido perturbar el silencio de mi hermano. Conozco sus pensamientos. Por dónde vaga en estos momentos, saltando y gritando desde siempre junto al pozo, subiendo al puente para lanzarse perfectamente al agua. Pero nunca he comprendido el porqué las fiestas de la Cruz de mayo, Él, en un arrebato de alegría, oprime contra su pecho la madeja de hilos para luego dejarlos correr por entre los dedos hasta que el roce abrasivo marca surcos rojizos en las manos. Es implacable en su desprendimiento porque anhela alcanzar el último rincón de las montañas. Cuando regresemos, sé de alguna manera, que Andrés ya no estará conmigo.

IV

La luna muestra sus dominios en el cielo. Los aleros se alinean en sombras perfectas sobre el patio. A la puerta del cuarto de nuestra madre, mis hermanas aguzan los oídos para tratar de escuchar todo cuanto ocurre en la habitación. La partera llegó a la tarde. La vimos atravesar el zaguán, luego el corredor y, finalmente, entró a la sala contigua a la habitación de nuestra madre. Aunque éste es el recorrido que hacen todas las personas que nos visitan, para nosotros la presencia de Angélica, la partera, motiva curiosidad y pensamientos diversos en nuestras conversaciones…El ajetreo nervioso de las abuelas y de nuestro padre nos mantienen en vilo hasta muy entrada la noche.

Año tras año, he visto a esta mujer escurrirse silenciosamente como una delgada hoja llevada por el viento a muchos lugares, sin que exista otro propósito que no sea el de su oficio de cuidar el nacimiento de los niños. ¿En cuántas casas sus manos han prodigado el primer calor terrestre, la primera caricia extraña y las palabras que nos dan pertenencia entre aquellas gentes cuyo amor sentiremos más tarde? Y, sin embargo, pienso que nunca ha sido feliz. Es tosca y huraña en el trato con la gente: despectiva, hiriente y no pocas veces procaz, alardea de su profesión y de ser la única partera del pueblo. Nadie contradice sus órdenes. No obstante, se llena de rubores y los ojos la resplandecen cuando el calor de los recién nacidos llega a sus manos. Seguramente, adopta a cada niño en su corazón rindiéndoles toda clase de mimos y palabras lisonjeras, llenas de gracia y mansedumbre. Tal vez, por esa razón, los muchachos del pueblo la visitan con más frecuencia de lo normal, aunque ella, a medida que los ve crecer, los aleja con indiferencia.

Su casa colinda con la nuestra, tiene un jardín central con manzanos y orquídeas, y unos conejos que parecen motas saltarinas escurriéndose fugazmente por las habitaciones; un pasillo que sigue sin interrupción hacia la sala, el comedor y la cocina, para encontrarse, finalmente, un solar atravesado por tapias gastadas, semejando ruinas antiquísimas. Esta tarde, cuando fui a buscarla, me asechaba esta retahíla de imágenes. Estaba confiado en esta nueva oportunidad para revivir el laberinto de formas y olores que los años han restañado en las paredes, las puertas y en los remolinos que surgen abruptamente, como hipos terrestres en el centro del jardín. Obviamente, la imaginación trepa a las cornisas, los pescantes y las columnas de madera sobre las cuales penden figurillas de madera y de cristal orladas con cintas de colores.

Esta abigarrada disposición de los objetos tenía su encanto, como si al poner los pies en aquel sitio se estuviera de pronto ante un templo. Una vez más, llegué a corroborarlo. Me parecía, de pronto, estar en presencia de un mural gótico abandonado por la indolencia de algún artista o, es posible, que las numerosas restauraciones efectuadas a lo largo de los años lo trastrocaron de la versión original. En fin, como remate de esa visión inenarrable, resaltaban unas manotas de mármol sobre un pedestal de caracolas y una lanza que, suspendida del techo por un cordel, parecía a punto de atravesar a los incautos visitantes. Hecha esta observación, se podría decir que nada cambia en esta casa. De alguna manera, representa exactamente cada rincón del pueblo. Las cosas parecen estar retraídas del tiempo que sólo acceden al reclamo del reloj de la iglesia, pues nunca deja de cumplir con su cita horaria de todos los días.

No recuerdo haber visto morir a los ancianos, hasta que les fueron quitando una a una las piedras de las calles, hasta que arrancaron los pinos de la plaza, y el río, que antaño fue un turbión de barro, hojas y raíces en las calles, con pátinas cremosas sobre las fachadas de las casas, se fue secando hasta no quedar más que un hilo de agua, entonces el abuelo Blas se dejó caer en la mecedora y comenzó a balancearse con los demás parientes ancianos, luego con los vecinos, finalmente, se regó por todo el pueblo como una enfermedad fatal que arrasó con los viejos.

La neblina se desliza por la piel. Pero el frío no se impone a nuestra voluntad de permanecer unidos. Elsy es la mayor. Siempre lleva el cabello suelto porque es sedoso y difícil de trenzar; sin embargo, hay un dejo de tristeza en su rostro cuando peina los cabellos de sus hermanas. Creo que le hubiera gustado ser actriz. Tenía pretextos de sobra para dar representaciones en el patio de la casa. La veíamos girar en puntillas, como una danzarina perfecta, con movimientos gráciles que copiaba de las películas que rodaban en el cine; seguramente, cuando abría los figurines y aparecían las modelos con los trajes que imaginaba, se veía bailando en salones que aún no conocía y la música era leve como el aire de los eucaliptos y el serpear del agua sobre las piedras del río. La acompañábamos con vítores y aplausos cuando el Danubio Azul emergía por la boca del gramófono, acelerándonos el corazón.

Si sólo pudiera ver los ojos de mi madre -dijo, quedamente. He compuesto su cama con sábanas blancas, muy blancas; en el aguamanil, la jarra con agua del tinajero y jabón de la tierra. Ahora, sólo nos queda esta espesa y redonda quietud que nos vigila desde el cielo.

En el escarceo de la luz y la neblina ve la imagen del abuelo Blas. Cierra los ojos, pues comprende que es sólo la sombra de otras sombras siguiendo la ruta del viento hacia el solar de la casa, como si fuera un sueño que la noche trasiega hacia los confines de las estrellas. Contempla el rostro de las hermanas con emociones contenidas. Todas -aún no lo saben- son parte de una escena de un tiempo inmemorial.

Marlene sigue pegada a la puerta, parece una estampita de navidad, pues sus ojos negros alientan un tinte especial, casi indefinido. Son como brasas luminosas en el centro del patio, que le roban el fulgor a la luna… ¿Por qué estamos tan calladas? – reflexiona – Oigo pasos en el cuarto. No. Alguien corre. ¿Por qué estamos allí? Esta tarde nuestra madre se ha puesto bonita. Frente al espejo el carmín le ha dado fronda de pomarrosa, y la mota de polvo le ha cubierto la tristeza de los días.

Pero es un recuerdo fugaz, porque ahora surgen los arcos del patio, las hojas espejeantes del limonero y las calzadas que dan hacia las habitaciones contiguas, cuando el frío cae de lleno sobre su cara. Va acurrucándose lentamente, como si tratara de formar un ovillo, y hunde su pequeño rostro en el cuenco de las manos.

Alfa Marina (El principio del mar -según nuestro padre- o simplemente arroyo, río o fuente de donde proviene la vida.) piensa que nos preparemos para las misa de gallos, para ella el tiempo no tiene aún forma ni sentido. Hace algunos días habíamos dejado la navidad con sus pesebres, las fiestas familiares y los parranderos que de puerta en puerta cantaban los aguinaldos, ahora el año nuevo luce galas de esperanza en cada uno de nosotros. Ella trata de percibir los rumores sordos de la habitación. Las tejas sobre los techos de la casa rumorean los verdores del musgo, los ocres difuminados de la luna contra la rampa del comedor y sobre las frondas de los helechos, las orquídeas y el limonero.

Un ruido metálico y profundo, como peñasco dando tumbos por las hondonadas del cerro, reverberando sin fin por los campos, la ha devuelto a la realidad. Sigilosa, con un dedo en los labios marca el silencio, porque quería escuchar… ¿Qué pasará? -se dijo- ¿Por qué Arnoldo está tan callado? Acaso él, que nos ha visto nacer a todas, reconozca este sagrado instante como el único de toda la vida del ser humano digno de ser recordado por siempre. ¡Oh, esa luna, por qué brilla tanto!

La más pequeña tiene el nombre de una virgen, más parecida a una imagen de Boticelli, con bucles dorados y ojos azules, que su homónima de las estampitas religiosas, seguramente nunca tuvo. Asunción recibirá los días por venir con una mezcla de alegría y soledad que apenas comienza a presentir. Sólo escuchaba el rasgar de telas y el vaho del alcohol confundido con el vapor del agua, y los pasos y las voces en el interior de la habitación. Tal vez, ella no lo recuerde, y no tendría por qué hacerlo. La semana anterior a su nacimiento, Carache fue sacudido por el terremoto de El Tocuyo. La madre había subido a una mesa para tratar de cambiar una bombilla. Hizo varias cabriolas en el aire y, seguidamente, rodó por tierra cuando el pueblo empezó a caerse a pedazos. Los cerros descendían y las calles se alineaban con los cerros. Esa noche la plaza y los solares fueron cubiertos con carpas hasta que la gente se repuso y regresó a las casas.

“Es un niño”, -exclama la partera.

Todos nos miramos largamente sin atrevernos a interrumpir el eco de los pasos que se agitan en la habitación. Lentamente, con el sigilo que nos había mantenido en vilo, nos marchamos. Nunca más volvimos a hablar de ese momento tan parecido ahora, cuando todos, arrebatados por los sonidos del corazón de nuestro hermano, nos hemos quedado nuevamente en silencio.





De El resplandor, 1996.



José Francisco Ortiz Morillo