domingo, 3 de junio de 2012

CONTRANOTA: SER PRESIDENTE.


Contranota

SER PRESIDENTE

 
Mario Briceño Iragorry


Mi paisano, Mario Briceño Iragorry, me convenció de lo duro que es ser presidente. El 15 de septiembre me encontraba representando a la Universidad del Zulia, en los actos celebratorios del centenario del nacimiento del ilustre escritor, en el Panteón Nacional. La cita estaba prevista hacia las nueve de la mañana, pero mi costumbre de hombre de provincia – alborear para recoger todas las sensaciones posibles del día – me llevó dos horas antes al venerable recinto. Debí pues, atravesar la barrera militar y demás funcionarios que suelen encontrarse en estos eventos. Al subir las gradas, se me permitió el acceso sin ningún inconveniente.

Me dediqué, entonces, a repasar en la memoria el formidable espectáculo que por todas partes, ante la mirada inquieta, me ofrecía aquel ámbito de monumentos y nombres grabados de nacionalidad. Una palmada sobre mi hombro me despertó del asombro. “Señor presidente” –concluyó una voz. Se trataba de un joven funcionario de protocolo que me invitaba a participar de aquella actividad lúdica de repasar el guión del ceremonial, y en donde debía desempeñar el papel de presidente. Pensé que se trataba de una broma.

Sin embargo, fui conducido a la entrada del Panteón, no sin antes darme todas las explicaciones y fórmulas que constituyen las reglas del juego para ser un buen presidente. No basta con ser la mujer del César – me dije, recordando la tradición romana – sino que hay que parecerlo. Pues, ni modo, a ser presidente.

El joven habla con el comandante, y éste con absoluta parquedad como si tratara de una secuencia advertida en el tiempo, mirando la formación castrense, dijo: He aquí la imagen del presidente. Saludos. Apretones de manos. Flanqueado por el general y el funcionario de ceremonial mis pasos recorrieron las huellas de nuestro pasado. Allí, al lado de la silla presidencial había tenido un sueño: El presidente, a finales de su primer mandato, había recibo la carta de un joven que, con orgullo, le escribía para reconocerle el mérito de haber concluido con ese pasaje trágico de la guerrilla y haberle devuelto al país el sosiego y la paz necesaria para abrir una nueva senda. A lo largo de estos años le he visto erguirse y luchar. Tal vez ahora esté muy solo. O, ciertamente, en esta hora grave lo acompañen verdaderos amigos. Es difícil, cuando el poder está por concluir, que la gente sea la misma.

En mi caso – de esa generación que viene de los sesenta – reconozco que mucho de mi pensamiento está marcado por sus ideales. Y, sin embargo, sé que su tarea quedaría trunca si no lograra los cambios fundamentales que exige el sistema educacional venezolano para que la juventud tenga un destino más cierto, para que las familias sientan restituido su papel fundamental en la orientación de la sociedad y para que el sentido de pertenencia del país vuelva a cada mesa donde se sirve el pan de las palabras nuestras, algunas de de nuestras palabras, según el sagrado decir de Eugenio Montejo.

Este año, como en tantos otros, traerá el correo la tarjeta de navidad del señor Presidente. Estarán las firmas: Alicia Pietri de Caldera – Rafael Caldera. Simplemente como siempre, con las frases de una pareja que sólo ha vivido por Venezuela.


*La presente crónica fue publicada en el diario Panorama de nuestra región (1997)


José Francisco Ortiz