viernes, 4 de noviembre de 2011

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. POR ARTE DEL SOL


POR ARTE DE SOL
El día que conocí a Vicente Gerbasi


 




Una mañana de 1972, conocí al poeta Vicente Gerbasi. Debió de ser domingo porque había un sol radiante, nada extraño en Maracaibo, y la gente andaba díscola por las calles; arrebatadas de su silencio anegando las avenidas y las calles con sus voces y las presentía lejanas como si se tratara de un país a donde concurren para asistir a una feria de donde nunca quisieran marcharse...

-Vamos, musageta – me dijo Camilo Balza Donatti, con esa palabra extraña, sin significado pues nunca antes la había escuchado, me imaginé cualesquiera sentidos, desde los más obvios hasta los más procaces y, sin embargo, me divertía con ese juego, ese extraño amago del sonido… – para presentarle al poeta Vicente Gerbasi.

Bajamos por la avenida 5 de Julio para desembocar en la avenida El Milagro y en pocos minutos llegar al Hotel del Lago, subimos por las escaleras, y el poeta Camilo tocó la puerta y una voz dentro dijo: “está abierta, pase”.

Lo que vi aquella mañana, me ha acompañado hasta ahora cuando quiero compartirlo con usted, amable lector, con la esperanza de ser fiel a todo cuanto la memoria me dicta hoy, y sin que sufra algún abatimiento por esta conversa entre nosotros, usted ahí frente a su laptops dejando que las palabras vayan apareciendo y yo las vea surgir de la niebla de los recuerdos tan frescas como entonces.

Dentro de aquella habitación vi de pronto cómo giraban mariposas rojas, azules y amarillas como si se tratara de un viento que las hacía flotar, subían y descendían sin morosidad, para plegarse en el suelo y luego ascender sin tocar el techo para repetir con insistencia los girantes aleteos de un ángel que no terminaba de aquietarse…hasta que como un remolino, unos brazos que parecían querer volar sin que perdiera contacto con el piso, y, luego, una voz un  poco ronca que sin ser áspera, dijo: “Camilo…pasa, espera un poco” Entonces comprendí que aquel espectáculo que pasó raudo por mis ojos, no era más que un ritual del poeta Gerbasi, como un homenaje que le hacía al pueblo Wayuú,  en aquella habitación acompañado por las sombras de antiguos fantasmas que nunca lo dejan solo…

-Ahora sé cómo es este pueblo, sus magnificas costumbres y sus sueños no escuchados, como su Dios, tan parecido al nuestro y sin embargo, más profundo, arma y desarma los misterios – dijo Gerbasi, y como si  hubiera despertado de un encantamiento, saludó efusivamente a Camilo y se me quedó mirando (ambos nos miramos) con cierta soledad que Camilo disolvió al instante:  “Es un musageta (otra vez la palabra)  que anda en estos menesteres de la lira… es un musageta! ¿Qué te parece…?” Gerbasi, que ya había aminorado sus giros, me miró nuevamente y dijo: “Quién sonría como este joven, nunca traicionará a nadie”

Y acto seguido, en aquella mañana luminosa, en que  Gerbasi me saludo con tanto afecto, conocí al poeta, no sin asombro, cuando se fue quitando la manta guajira, y las mariposas se quedaron quietas en los pliegues estampados de la tela blanda y tersa con la cual había danzado para los suyos y para nosotros y que, sin saberlo, lo habíamos bajado de los cielos de Maleiwa.

Fue un  rato propicio, hecho de anécdotas entre Gerbasi y Camilo, como dos hermanos que se encontraran, luego de una larga separación impuesta circunstancias ajenas a ellos, y que ahora celebraban y cantaban.

Como un espectador silente (igual que usted que ahora sigue estas líneas por una obligada circunstancia de ser mi amigo en facebook) colmado, desde mi asombrada juventud, por tanto premio de los dioses.

Finalmente, nos despedimos, en mis manos su libro “Por arte de sol” y el eco de sus palabras que no he podido cancelar.


José Francisco Ortiz
Santa Cruz de Mara 16/3/2011





No hay comentarios: