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W. Eugene Smith (1918 -1978). Fotógrafo estadounidense. |
La primera lección de amor y de dolor
me fue dictada por una mujer de cuatro años, yo contaba cinco. Fue allá en mi
remota patria chica, cuna de mis ancestros y de todas mis fatales memorias.
Aunque recuerdo su nombre, y no sé si aún existe, porque desde ese primordial
día no volví a verla jamás, no lo mencionaré porque el nombre de una dama es
sagrado.
Digo, unos compadres de mis
progenitores llegaron de visita, mientras se reunían en la sala para la
tertulia, ella (la niña) me invitó al solar, me dijo: “vamos a jugar, ayúdame
con estos ladrillos para que hagamos una pared”. ¿Una pared, para qué? Para que
no nos vean, contestó sin inmutarse.
Terminada la obra, me explicó cómo era
su juego y comenzó a desnudarse. Quedé paralizado porque no llegué a comprender
esa novedosa visión lúdica, porque más allá de arrastrar carritos hechos con
latas vacías de sardinas y montoncitos de piedras o de tierra mi mundo se
reducía a los duendes y fantasmas que pululaban en la casa…
De pronto, me empujó contra la pared
que habíamos construido y rodé por el suelo. Sin mayores explicaciones se
vistió y me lanzó una terrible imprecación:
-¡Ah, no, enamorarse por estar alegres…
no, eso no!
Me dio la espalda y echó a correr
huyendo de mí, como si hubiera tratado con un fantasma, y, desde aquel instante
de 1949, vuelven esas palabras constantes a sonar en mi corazón, como ahora, y
un temor inevitable me invade ante la proximidad del amor.
Santa Cruz de Mara, 14/2/2013.
José Francisco Ortiz Morillo