
Poesía, narrativa y ensayo del autor, su vida y su obra. Un blog de Elizabeth Conte Chassin-Trubert
sábado, 23 de abril de 2011
martes, 19 de abril de 2011
domingo, 17 de abril de 2011
sábado, 16 de abril de 2011
JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. TEXTUALIDAD DE LO ILUSORIO
TEXTUALIDAD DE LO ILUSORIO
(Pretexto para
una aproximación)
Edward Vásquez,
pintor dominicano (1979) - Tejedora de ilusiones
Con la
literatura, insistimos en la comprensión de las relaciones del individuo y la
sociedad. Relaciones no exentas de confrontación, asimilación y reintegración
de los conflictos en superación que, conquistados finalmente por la palabra,
adquieren un compromiso superior al enaltecer la cotidianidad transformándola
en un sistema de vivencias para la vida.
Una cabal
aproximación del acto creativo pasa por reconocer la insistencia del fervor
lúdico de la reacomodación de los objetos de la niñez en la estructuración de
la conciencia. Así se perfila, desde los primeros años de vida del individuo,
un entendimiento del mundo real en consonancia con los mundos posibles que van
formándose en el proceso de maduración.
A los largo de
la vida, constatamos cómo el valor del mito y su fuerza imaginaria no sólo para
la representación onírica sino para la comprensión de los actos lúdicos, y cómo
son proyectados en la madurez en la obra artística. Incluso reminiscencias del
folklore marcan los hitos de la identidad para que fluyan sin cesar, como una
red de miradas que convergen y divergen en el mundo originario que todos
llevamos dentro.
El imaginario
latinoamericano nos trae por fuerza la inclusión del concepto operatorio de
microuniverso para atender el espacio de las primeras experiencias del hombre,
es decir: su hábitat, la aldea, el pueblo, la ciudad y con ello alcanzar la
comprensión global del proceso creador.
Las tendencias
modernas del análisis del discurso abren para la semiología un espacio cada vez
más relevante. Nos hemos atrevido a usar el concepto de microuniverso y tratar
de recuperar desde los planos semánticos los integradores de esa realidad. En
este aspecto la ilusión, en su sentido de valor positivo, es el rasgo
distintivo de los discursos: alcanzar una estructura compleja como es el
pensamiento, gracias a un sistema no menos complejo como lo es el de
ilusionar.
La levedad es
un aligeramiento del peso (Calvino, 1988). Una metáfora, la humedad de las
palabras, es en sí misma una manera de alcanzar la levedad dándole peso con el
agua, incluso con el agua del río o de la lluvia porque el aire antes de la
borrasca, alígero dardo atravesando la noche para anunciar el amanecer, es
imagen atractiva. Cuánto de ello no hay en la poesía venezolana. El signo
rumoreante del olvido tiene por morada el mito, las leyendas y los cuentos, el
mundo onírico abrillantando sus espejos para engañar a la Medusa.
Un mito del
Alto Cuyuní nos propone una imagen de la levedad que, ciertamente, es fecunda
no porque los elementos que integran la historia y el vértigo de la lucha así
lo insinúen, sino por la circularidad del texto propiciada por la presencia
inesperada de un pájaro y su desenlace.
Escuchemos el
mito: “…en cierta ocasión, cuando menos lo esperaba, el extremeño Torre de
Aldana se tropezó con el decidido Tapiaracay. Ambos en ese instante de hallaban
sin acompañamiento alguno, y la selva “cuyunesa” era por demás tupida y opaca.
Sin perder un momento, la espada relució en la mano del conquistador. La macana
de Tapiaracay se alzó con violencia y coraje. La lucha se acrecentó de
esta forma sin vacilación alguna. Los dos hombres resultaban igualmente fuertes
y ágiles. Pero de pronto el español fue agredido inusitadamente por un ave de
grandes dimensiones que hizo firme presa en su cuello. Era
un paují de azuloso color y férrea contextura…” (Antonio Reyes,
1959).
Detengámonos
unos instantes en las expresiones: tupida/opaca, violencia /coraje,
fuertes/ágiles, azuloso/férrea, y espada/macana. Notaremos de inmediato que
tales expresiones designan planos de oposición pero solidarios en el conjunto
de la acción: conquistador /indígena, paují/ (azuloso/férrea). La levedad
surge de la opacidad de la selva/ azuloso color del paují. La opacidad es
grave, es densa; el azul es leve, luminoso. No nos interesa la lucha, el
encuentro de fuerzas, el peso girante en medio de la selva, aunque todo revele
una intención de levedad, sino porque el paují, armónico con la selva y
guardián del mito, ofrece una compensación de libertad.
José Francisco
Ortiz
Santa Cruz de
Mara, 16/4/2011
viernes, 15 de abril de 2011
jueves, 14 de abril de 2011
JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. LA EXPERIENCIA ESTÉTICA
LA EXPERIENCIA ESTÉTICA

Ferdinand Heilbuth,
pintor francés (1826 1889) – El lector
Hay
recurrencias, variaciones de un mismo tema, que acuden sin cesar en la
literatura, que fungen de aproximaciones entre la forma y el fondo. Nada más
impreciso.
Imágenes
entrecruzadas, siempre en la red de las representaciones, de las analogías, de
los acercamientos y, al mismo tiempo, distancias extendidas en el giro de la
pura expresión. Vuelve entonces la metáfora en la conquista de la memoria,
incluso cuando llega por extensión, por la gravedad de una conciencia
especular.
Así, la mirada
la construye y la afirma, se apropia del espacio, en busca de formas, y
rebota sobre sí misma para acallarse en los contornos de un nombre que fluye
levemente, sin prisa, en la soledad rumoreante de un destino, en los trazos
errátiles, difusos de la pintura de los niños, del arte ingenuo, ese primer
instante que en su transparencia es imperceptible en las sociedades del
lujo y de los excesos.
Y, sin embargo,
cualesquiera explicaciones acerca de la naturaleza de palabras vestidas, que
tratan de significar, no pueden ser más que denotaciones, expresiones que el
diccionario convoca a la existencia.
La palabra es,
nos dice. Y parece que todo acaba en el territorio de la literalidad, y, es
innegable que un mundo bulle desde las raíces de la imagen para que las
palabras no sólo sean sino que no sean.
Y es por esta
negación que el destino del lenguaje se apoya en la conciencia del hombre. Hace
algunas cabriolas, retoza y salta hacia lo imprevisto, huye de la cosa, y libre
se hace sustancia, forma alada, plasticidad enseñoreada sobre la cotidianidad.
Hablamos
entonces de intuición, de contemplación, de inspiración, de interpretación, de
experiencia estética, de lo original, del estilo en situaciones que van desde
la ciencia al arte, atravesadas por un orden epistemológico y que sólo se
resuelve entre la mano que escribe (pulsa, esculpe, pinta por decir lo menos
entre tantas tareas humanas) y los ojos que gravitan sobre los textos, sobre el
discurso.
La
contemplación es un ensimismarse, un volcarse hacia adentro con todas las
filiaciones externas para hacerse uno en la distancia y en el tiempo. La
contemplación puede ser un acto intuitivo de la duración, de la quietud.
Intuición, contemplación e inspiración aspiran a la armonía como una conquista
de lo absoluto, a un ser que reside en la belleza o en la verdad y que por su
esencia espejea desde lo ignoto. Sus brillos o sus lados de sombra propician la
experiencia estética.
José Francisco
Ortiz
Santa Cruz de
Mara 14/4/2011
miércoles, 13 de abril de 2011
JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. REPRESENTACIÓN Y MEMORIA EN BRICEÑO GUERRERO
REPRESENTACIÓN
Y MEMORIA
EN BRICEÑO
GUERRERO
![]() |
J. M. Briceño Guerrero
|
Amor y terror en las palabras.
Toda mirada es un riesgo infinito de
esperar y desagregar en el espacio la fuerza de la costumbre. Es desplegar una
a una las páginas de un libro del cual aún no tenemos referencias, y las
páginas las suponemos en blanco, cuando, ciertamente, ya han sido elaboradas
pacientemente en la memoria.
Alguien,
extrañamente dentro de nosotros, escribe sin descanso. Dentro de esa vastedad
de sombras, una debe de imponerse. Una sombra que aspira a lo alto,
enseñorearse en ese tránsito de ser guía a las que ceden el paso. Rumorear en
notas imprecisas el hálito de una canción futura. Es una terca ilusión que
encadena y libera. Encadena porque hace posible los mundos de la creación
estética; libera porque lo humano se descubre en el abismo de las intuiciones.
Por supuesto,
constatamos en la literatura la grandeza y las miserias de una nación. Y aunque
la pasión por la desmesura insista sobre el largo camino de las sociedades
humanas, es casi seguro que nunca hayamos renunciado a los recónditos temores
que surgen del poder de las palabras. Toda literatura regresa a la cantera de
la imaginación para batir la mezcla del pensamiento.
Toda
aproximación a la obra artística debe de considerar dos niveles: la
representación (espacio) y la imaginación (memoria). Todas aquellas cosas que
se nos muestran como una estructura están marcadas por la figura sobre un fondo
real, pertenecen al pensamiento; aquellas cosas que devienen por fuerza del
recuerdo o que insufladas de la emoción o surgidas de un acto intuitivo
permanecen como imágenes originarias, pertenecen al mundo del arte: ambos
espacios no son compartimientos estancos o que obran aisladamente como si el
hombre no fuera una unidad en sí mismo; es natural que Briceño Guerrero,
como todo creador, trabaje en dos niveles. Y aunque insista en lo fático
de su relación con la signatura del mundo, obra más en las proporciones de
una poética subyugada por el mito.
Este es un
texto armado de claves. Desde el epígrafe de Heráclito, la justificación
de un prólogo que establece distancia con el autor y el enunciado narrativo
frente a las ideas, aunque se trate del mismo autor, y en este
sentido Heráclito viene en nuestra ayuda, pues quien escribe el libro y el
prólogo son el mismo, en la corriente de la vida, es decir, el tiempo como río,
dos imágenes se superponen en la distancia: el niño y el anciano.
También,
el nombrar los capítulos con letras hebreas es arma eficaz contra los
cielos de la costumbre. Se trata, en efecto, de un hombre de cultura sólida que
no va solo al encuentro del niño que está en la otra orilla del río,
esperándolo en el reino. El discurso se abre y discurre desde la sapiencia,
desde la cosa conocida como práctica de la racionalidad que bordea la dimensión
temporal del recuerdo hacia el orbe mítico de los lugares cercanos a las
primeras experiencias: los seres familiares, los amigos, la naturaleza en su
plenitud vegetal y mineral, la escuela y las palabras.
La signatura:
los signos, las palabras (las que encubren, las que brillan como los celajes
bajo el temblor de la luna, las que inventa y lo crean en el instante vegetal
de una magnolia redonda y serpeante en el jardín de la infancia); la signatura
del cuerpo en el fulgor exacto de las manos que recorren un nuevo discurso en
el terror del verbo liberado: la conveniencia insiste sobre las huellas que los
ojos inventan.
Autor y lector
se emulan en el espejo del idioma. La escritura navega por las venas del
imaginario y ambos son solidarios de una misma representación. Una tríada
converge y se difunde a lo largo del texto: Tiempo-narrador-reino. Tiempo y
reino están fundidos en la conciencia del narrador que sólo aspira al encuentro
del absoluto.
José Francisco Ortiz
Santa Cruz de
Mara 13/4/2011
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