sábado, 5 de noviembre de 2011

JOSÉ FRANCISCO ORTIZ MORILLO. LEER POESÍA




LEER POESÍA

 
Jonathan Linton, pintor estadounidense – Mujer leyendo


Leer  poesía, así como ante cualquier acercamiento al arte, es contrastarnos en el rebote. Porque desde la obra que nos arroba y centra en su clima, alguien ausculta nuestros pensamientos, afirma el acontecer de la vida y nos circunscribe en la escena.

Nunca miremos al artista y sus pasiones, porque es él, en el espacio de las palabras, desde su lejanas cimas, quien nos descubre: tomamos distancia ante un cuadro para vindicar la perspectiva, esa rendija fluyente  por donde entramos a la geometría y al color;  guardamos silencio ante una melodía, porque ésta concentra  todas las vibraciones, y no queremos sufrir nuevamente el escarnio del dolor; alcanzamos una página y es una puerta que se abre hacia lo extraño de nuestra vida, de aquello que nunca hemos querido retener porque en su delgadez nos parecía banal y fortuito: pero necesitados de una confesión volvemos sobre nuestros pasos: escuchamos los sonidos, las imágenes que se repliegan  como una cascada al borde de metálicas formas, luminosas en todo caso, y no podemos saber en qué lugar se alojan.

El rebote nos actualiza la ausencia: es un presente que camina a nuestro lado, tiene tantos rostros y tantas imágenes que se las endilgamos al autor, hablamos de ellas desde cierta distancia para esquivar nuestra costumbre. Y así, nos salvamos del silencio y su poquedad.

Estamos, sin notarlo, al otro lado del espejo. El azogue retiene por instantes el boceto y luego huye. Pero esta es una fuga necesaria, un ensimismarse en el caos de la apariencia, porque es definitivo el  juego de la ilusión donde hemos depositado nuestra  realidad.

Leer poesía no es como se cree: un diálogo. No lo es, porque sería entonces comunicación, en todo caso política, malabarismo de las palabras, nunca lenguaje. Y aquí, necesitamos una detención de la escritura que nos advierta de la ambigüedad en el uso de las palabras: las palabras solas, incluso cargadas de significado y acordadas en sintaxis, no por ello son lenguaje. Podrán, en todo caso, ser gramática pero para alcanzar el giro que las convierten en lenguaje, en puridad, deben permear el contexto y lanzarse a una nueva confidencia en el alma del vidente.

Leer poesía, es nacer  contra  un mundo que  no escucha ni reconoce al otro porque su instancia más próxima está en el fragor del espectáculo y de la vaciedad de los instintos; y el lector, el genuino lector de lo trascendente, pertenece al inconsciente colectivo, que desgarrado de su propia existencia, se mira desde el asombro de su propia mirada.


José Francisco Ortiz
Santa Cruz de Mara, 12/5/2011

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