LEER
POESÍA

Jonathan
Linton, pintor estadounidense – Mujer leyendo
Leer
poesía, así como ante cualquier acercamiento al arte, es contrastarnos en
el rebote. Porque desde la obra que nos arroba y centra en su clima, alguien
ausculta nuestros pensamientos, afirma el acontecer de la vida y nos
circunscribe en la escena.
Nunca
miremos al artista y sus pasiones, porque es él, en el espacio de las palabras,
desde su lejanas cimas, quien nos descubre: tomamos distancia ante un cuadro
para vindicar la perspectiva, esa rendija fluyente por donde entramos a
la geometría y al color; guardamos silencio ante una melodía, porque ésta
concentra todas las vibraciones, y no queremos sufrir nuevamente el
escarnio del dolor; alcanzamos una página y es una puerta que se abre hacia lo
extraño de nuestra vida, de aquello que nunca hemos querido retener porque en
su delgadez nos parecía banal y fortuito: pero necesitados de una confesión
volvemos sobre nuestros pasos: escuchamos los sonidos, las imágenes que se
repliegan como una cascada al borde de metálicas formas, luminosas en todo
caso, y no podemos saber en qué lugar se alojan.
El
rebote nos actualiza la ausencia: es un presente que camina a nuestro lado,
tiene tantos rostros y tantas imágenes que se las endilgamos al autor, hablamos
de ellas desde cierta distancia para esquivar nuestra costumbre. Y así, nos
salvamos del silencio y su poquedad.
Estamos,
sin notarlo, al otro lado del espejo. El azogue retiene por instantes el boceto
y luego huye. Pero esta es una fuga necesaria, un ensimismarse en el caos de la
apariencia, porque es definitivo el juego de la ilusión donde hemos
depositado nuestra realidad.
Leer
poesía no es como se cree: un diálogo. No lo es, porque sería entonces
comunicación, en todo caso política, malabarismo de las palabras, nunca
lenguaje. Y aquí, necesitamos una detención de la escritura que nos advierta de
la ambigüedad en el uso de las palabras: las palabras solas, incluso cargadas
de significado y acordadas en sintaxis, no por ello son lenguaje. Podrán, en
todo caso, ser gramática pero para alcanzar el giro que las convierten en
lenguaje, en puridad, deben permear el contexto y lanzarse a una nueva
confidencia en el alma del vidente.
Leer
poesía, es nacer contra un mundo que no escucha ni reconoce
al otro porque su instancia más próxima está en el fragor del espectáculo y de
la vaciedad de los instintos; y el lector, el genuino lector de lo
trascendente, pertenece al inconsciente colectivo, que desgarrado de su propia
existencia, se mira desde el asombro de su propia mirada.
José
Francisco Ortiz
Santa
Cruz de Mara, 12/5/2011
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